jueves, 23 de enero de 2014

DESPIDIENDO A UN AMIGO



            Ha fallecido Basilio García Morón, quien durante varios años fue Presidente de la Asociación de Vecinos del Barrio del Pla, en Alicante. Era un hombre implicado en movimientos sociales y comprometido, abierto al diálogo. Era socialista por convicción y no aceptaba que fuera imposible cambiar la situación social. Luchó intentando mejorar la vida de sus convecinos en el Pla.
            No estando conforme con las actuaciones de determinados políticos ni con la manera de gestionar los intereses de la ciudad, lo hizo patente con los medios a su alcance, en lugar de quedarse con los brazos cruzados; entendía que cada uno debe ser protagonista  del cambio y parte de la solución, si no quiere ser parte del problema.
            Durante algún tiempo compartí con él inquietudes, tediosas reuniones con políticos que muchas veces, como ahora, no conducían a nada, pero sin renunciar a la posibilidad de diálogo como medio para resolver los conflictos.
            El hecho de que ambos tuviéramos criterios divergentes en algunos temas no supuso jamás una ruptura, sino un paso adelante en busca de puntos comunes de encuentro.
            Si tuviera que definirle, simplemente diría: era una buena persona, que tenía unas ideas que creía dignas de luchar por ellas y en ello se empeñó durante toda su vida, que creo ha sido larga, fructífera y nada aburrida, aunque con muchas situaciones difíciles en las que tuvo siempre el apoyo de su familia y quienes compartieron con él las vicisitudes de cada momento..
            Quienes hemos tenido la oportunidad de conocerle no hemos quedado indiferentes. Nada puedo decir a su familia que les consuele en tan doloroso trance salvo que, en lugar de centrarse en el dolor por la pérdida, consideren lo mucho recibido a través de los años de convivencia.
           
            Descanse en paz

jueves, 16 de enero de 2014

YO, NOSOTROS





            Soy como cualquier otro hombre, ni más ni menos, ni mejor ni peor que otros tantos y con defectos y virtudes similares. Durante mucho tiempo he actuado igual que tantos otros, es decir, mi trabajo, alguna pequeña distracción y luego a casa, donde tenía la seguridad de que la comida estaba caliente, la ropa limpia y había alguien esperándome.

            Y es que, seguramente lo peor que puede haber es una situación es seguridad, porque eso nos hace distraernos, la vida se convierte en una sucesión interminable de hábitos y, al final, se entra en la espiral del aburrimiento ignorando que, alrededor, hay otras personas que tienen sus sentimientos, sus necesidades, sus frustraciones y que necesitan perentoriamente, tanto como uno mismo, encontrar alguien que sea capaz de prestarle el hombro, decirle unas palabras cariñosas o darle un pañuelo en que enjugar sus lágrimas.

            Sin embargo, si nos dan a elegir, seleccionamos la seguridad. Ahí no hay riesgo, todo está controlado, aunque no caemos en la cuenta de que, en realidad, no somos nosotros quienes ejercemos el control, sino que estamos inmersos en una especie de nebulosa que reúne el camino conocido, el salario predeterminado, la protección contra la intemperie y alguna otra cosa que no nos parece importante. Quizá, en un asalto de ambición decidimos afrontar algún riesgo pero, eso sí, bien medido. Dejando la ropa a bien recaudo mientras chapoteamos en un vado del río cuya corriente no supera los tobillos, no sea que nos arrastre con su ímpetu.

            Pero todo lo hacemos desde nuestro “yo”. Como si fuéramos lo único importante y todo el mundo tuviera la obligación de orbitar a nuestro alrededor. Así, establecemos un universo propio de derechos en el que aspiramos a todo, olvidando que no existe derecho que no tenga como contrapartida su obligación.

            No se reconoce mi valía en el trabajo y, como consecuencia, me limito a cumplir ( o no ) estrictamente con los términos de mi contrato y fijando bien la mirada en el reloj para no conceder un minuto de más. Las posibilidades de hacer del trabajo una tarea de aprendizaje y crecimiento quedan aplastadas por la apatía y nos envuelve una espiral, cada vez más apretada, de hastío, incomodidad, resentimiento contra todo y contra todos. Y, tal vez, si miramos honestamente en nuestro interior no existe un motivo real para adoptar esta postura.

            ¿Es problema de los demás o somos nosotros mismos, “yo” la causa de todo?. Desaprovechamos los talentos que se nos han otorgado y preferimos dejarlos enterrados sin caer en la cuenta de que estamos inmersos, porque así lo hemos querido, en una sociedad que, además, necesita perentoriamente las capacidades de todos y cada uno para no hundirse. Pero es más fácil y cómodo que los demás sean los responsables de todo. Nos importa un rábano el reciclaje de residuos, pero nos molesta que, al bañarnos, un trozo de plástico, abandonado por alguien en el mar, se nos pegue al cuerpo.   Clamamos contra los gobernantes y nos preocupa poco, aunque sea cosa pequeña, que la farola de la calle esté encendida veinticuatro horas. ¿Hay basura en la calle? si tiro la mía no se va a notar, total, es un poco más. Y así vamos.

            Podemos hacer algo, pero ha de ser partiendo del convencimiento personal de que debo ser “yo” quien dé el primer paso. Quizá así, al igual que se difunde en el agua la onda producida por la piedra que he arrojado, haya más “yo” que se sientan inclinados a sumarse al mío para formar un “nosotros” que sí tenga capacidad para llevar a cabo la revolución necesaria.

            Puede que, así, cuando en el telediario veamos los famélicos esqueletos de los niños de Somalia o cuando conozcamos que ha habido otra víctima de la violencia doméstica, o cuando sepamos por enésima vez de esos miserables que obligan a las mujeres a prostituirse porque saben que hay hombres que están dispuestos a pagar por sus servicios sexuales, puede que, entonces, si hemos hecho algo para evitarlo, por simple que parezca, hasta durmamos tranquilos. Porque no hacer nada es el primer paso para la destrucción.

             

           

domingo, 12 de enero de 2014

ELLA




Me suelo acercar mucho a ella. Me gusta tenerla al lado, sentir el roce de su piel, el aroma de su cabello, que siempre me ha recordado al de esos melocotones de antes, que uno sabía que eran buenos antes de probarlos, cuando todavía el agua de riego no era una mezcla de contaminantes y cada fruta tenía su temporada y se sabía donde se había cultivado. Muchas veces cuando duermo sueño con ella y cuando estoy despierto la encuentro a mi lado, así es que disfruto dos veces de su compañía, aunque mantengamos silencio. Yo con mi sudoku, ella con su lectura. Si es cierto eso que se dice de que manteniendo activa la mente se disminuye el riesgo de contraer Alzheimer, tenemos algunas posibilidades en nuestro favor.
A la broma a la broma, como se suele decir, ya nos conocemos más de cincuenta años y hasta, con un poco de suerte, a lo mejor llegamos a las bodas de oro, aunque mejor es no planificar a largo plazo porque ya se sabe que “el hombre propone, Dios dispone y…” bueno, yo creo que las cosas se descomponen sin que pongamos mucho interés en ello. ¿A quién culpar? Así es la vida. ¿Por qué vamos a ser distintos de otros seres vivos? Nacer, vivir y desarrollarse, morir…Si en el camino tenemos la inmensa fortuna de encontrar compañía para el viaje y somos lo suficientemente listos como para no espantarla, pues habrá tropiezos, accidentes, dolor y lágrimas, pero siempre tendremos al lado la mano que nos ayude a recuperar el equilibrio, mitigue el dolor o nos deje, simplemente, su pañuelo.
Nos empeñamos en construir torres muy altas, pero somos incapaces de hacer los cimientos adecuados. Tenemos tanta prisa en ocupar el edificio, que sólo miramos que haya paredes y techo; puertas y ventanas para reservar la intimidad, pero no reparamos si el firme es adecuado, si hemos excavado lo suficiente, si hemos sido perfeccionistas a la hora de elegir los materiales. ¿Qué es más importante? Tantos avances conseguidos hasta ahora, y todavía están en pie obras hechas por nuestros antecesores, que son capaces de resistir mejor las fuerzas de la naturaleza que las estructuras metálicas sofisticadas, obtenidas gracias al auxilio de un potente programa informático.
¿Y si pusiéramos el mismo empeño en las relaciones personales? Bueno, estoy divagando un poco, pero las cosas son así. No voy a presumir de haber sido toda la vida un tipo agradable y simpático, porque sería una mentira como una casa, pero he aprendido a ir cambiando, a reconocer que es mucho mejor intentar llevarse bien con los demás, cosa que no es fácil en ocasiones, pero que te produce la íntima satisfacción de haber hecho el esfuerzo y te proporciona la suficiente dosis de tranquilidad como para caer en la cama y respirar tranquilo, esperando el sueño, sin que haya sobresaltos no una voz interior te diga :¡estúpido, has desaprovechado la ocasión!
Ella tiene muchos y buenos amigos. Más que yo, aunque bien cierto es que la mayoría de los míos son gracias a su esfuerzo, porque he sido un poco descuidado en ese aspecto. Se preocupa de llamar a unos y otros, se interesa por su salud, trata a los nietos de los demás como si fueran propios y derrocha por todas partes una especie de aura que hace que, cuantos hay a su alrededor, se encuentren cómodos.
Seguramente será por ella que sus amigas me aprecian, porque no me pongo ninguna de esas lociones o desodorantes que, según los anuncios, hace que se lancen hacía ti las mujeres. Aunque, la verdad, la única que me importa que esté dispuesta a lanzarse es ella y, por ella, hago muchas cosas y otras no las hago. A veces le doy algo sencillo, una simple hoja de papel en la que he escrito cuatro cosas y lo aprecia. Seguramente porque nunca le ha gustado la ostentación y prefiere la naturalidad, prefiere las simples y sencillas margaritas a otras flores más llamativas. Así es ella.
Antes la quería, pero luego caí en la cuenta de que querer es como pretender que algo sea tuyo. Por eso prefiero amarla, ya que no me pertenece, aunque no sé calcular cuánto, porque hasta que no llega el momento de la prueba ¿Quién es capaz de saber su límite? Me conformo con intentar cada día que, cuando le robo un beso mientras cocina o nos cruzamos por el pasillo, encuentre en el leve roce de esa caricia, todo el calor que ella necesita para reconocer que la hoguera del amor sigue encendida.