lunes, 17 de febrero de 2014

INMIGRANTES




                        Recientes acontecimientos han puesto de manifiesto, una vez más, el terrible drama en el que son protagonistas, a la fuerza, los inmigrantes. Puestos en la tesitura de elegir entre la certeza de morir (de hambre, asesinado, etc.) o de conseguir un medio de vida que les permita atisbar una posibilidad de futuro, hacen lo que haríamos cualquiera de nosotros. Y se embarcan (nunca mejor dicho) en cualquier cosa que flote, para intentar llegar a cualquier país occidental, en los que la supervivencia está garantizada, de una u otra manera.
                        Llegan  así a España y lo han hecho durante mucho tiempo. Los distintos gobiernos han intentado resolver, con no muy buena dosis de imaginación y fortuna, la llegada masiva de estas personas. Se ha permitido su estancia, o se ha hecho la vista gorda sobre ello, pero no se les ha facilitado la documentación necesaria para que pudiesen desarrollar una actividad que les permitiera obtener un trabajo legal, condenándoles con ello a mal vivir en una economía sumergida , que ha propiciado el abuso por parte de gente  sin escrúpulos, quienes aprovechándose de esta situación les han explotado ofreciéndoles trabajos con salarios de miseria o en condiciones inaceptables, que han tenido que asumir para sobrevivir.
                        Se les acusa, por algunos sectores de población, de ser los culpables de la falta de puestos de trabajo, cuando esta ha sobrevenido únicamente a causa de la crisis y, en todo caso, la mayor parte de los inmigrantes realizaban tareas que nadie quería.
                        Mientras unos consideran que son un estorbo y los nombran despectivamente (negro, sudaca, etc.) otros, sin embargo, acuden a ellos para que acompañen a las personas mayores o cuiden a los niños, o hagan las tareas del hogar. Habrá quien les ofrezca un salario justo, pero también habrá quien, aprovechándose de su situación de irregularidad, les exprima, exigiéndoles muchas horas de trabajo a cambio de un salario mísero, que aceptarán porque, pese a todo, aquí al menos se puede vivir y no quieren correr el riesgo de ser expulsados.
                        Nadie parece tener interés alguno en recordar la historia de los países de origen de los inmigrantes. En algunos la colonización o conquista por parte de los descubridores produjo un esquilmamiento de las riquezas naturales y la corrupción hizo lo demás. En otros la población nativa era considerada esclava, sin acceso a la formación, condenada de por vida al servicio a sus señores, si es que no era masacrada y reducida a lo que hoy consideraríamos como “especie en peligro de extinción”. Cierto es que esto sucedió hace muchos años y no debemos considerarnos culpables por ello, pero no deberíamos olvidar las historias, no demasiado lejanas, de tantos y tantos españoles que han sido emigrantes, también a la fuerza, y que hoy forman un elevado porcentaje de población en muchos países, en los que están perfectamente integrados.
                        Seguramente un poco de solidaridad no supondría un gran esfuerzo para nadie, pero no es suficiente. Habría que considerar, por parte de los gobiernos, la condonación de la deuda externa de estos países; la creación en ellos de medios de producción que dieran lugar a puestos de trabajo para desincentivar la emigración; facilitar formación y medicinas para combatir las enfermedades que en occidente ya han sido erradicadas pero que allí han surgido a causa de la miseria; establecer sistemas que permitieran una regulación de los flujos migratorios, etc. En suma, tendríamos que plantearnos, uno a uno, sinceramente, hasta qué punto estamos dispuestos a llevar nuestro nivel de solidaridad. Después, actuar en consecuencia. Mientras tanto, dejarnos de demagogias, porque ningún gobierno ha sido capaz de adoptar una decisión adecuada, ni ha habido interés en establecer un consenso para actuar de manera unánime, ni la Comunidad Europea, que critica, ha hecho lo que debía hacer.
                        Llama la atención que nuestros científicos, técnicos, expertos, etc. sean llamados puntualmente, o presten sus servicios de manera permanente en otros países, asesorando para solucionar distintos problemas y nuestros propios gobiernos sean incapaces de hacerlo, aunque tiene su lógica, ya que si consultaran adecuadamente no les quedaría otro remedio que actuar de distinto modo y eso supondría reconocer que lo han estado haciendo mal. Y en este país, lo último es reconocer los errores, prueba de ello es la escasez de dimisiones de miembros de gobierno que se han presentado desde que se instauró la democracia.
                       
                       
                       

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