lunes, 14 de septiembre de 2015

VER ROMA Y NO MORIR EN EL INTENTO

Si uno consigue superar el trauma, (aunque no pueda hacer mucho más que rezar ) cuando viaja a bordo de un taxi y el conductor no se pone el cinturón, habla continuamente por el móvil mientras cambia de emisora en la radio , se pasa la mano continuamente por la cabeza y todo ello lo hace a  más de 100 km/h , si lo supera, digo, podrá disfrutar de todo el encanto que ofrece Roma.

Pues entre rezos iba haciendo todo el trayecto al trasladarme del Aeropuerto de Fiumicino a Roma. Afortunadamente, el viaje terminó sin problemas y la llegada al hotel fue cálida por lo que concierne al personal, con lo cual se diluyó el temor inicial a reposar, para siempre, en la Ciudad Eterna

Próximo a la Plaza Navona, el Hotel Raphael está limpio y cuidado, con una decoración clásica no muy cargada y un personal amable que te hace sentir como en casa.

Situado dentro de la zona que abarca la Muralla Juliana hay ,a su alrededor, además de la Plaza Navona , bellas iglesias y edificios,así como una buena oferta de bares,cafeterías,restaurantes, con gran variedad de precios, capaces de calmar el apetito. Desde una sencilla pizza o una cualquiera de las muchas variedades de pasta ,carnes,etc.

Como ocurre siempre, las buenas amistades proponen lugares de encanto, magníficos restaurantes, espléndidas panorámicas. El caso es que lo hacen de corazón y, en ocasiones, aciertan. Sin embargo, la experiencia me dice que, salvo las visitas imprescindibles para conocer el glorioso pasado de Roma, lo mejor es calzarse unos zapatos cómodos y " patear" la ciudad.

En cualquier plaza, en cualquier calle, siempre donde haya gente, es fácil encontrar algo para comer o para refrescarse. Imprescindible no odiar el queso, el tomate o la pasta, para tener más posibilidades de elección.

El tráfico de Roma se puede catalogar, siendo benévolo, de caos organizado. Hay pocos semáforos y muchos pasos cebra. El tráfico, tanto de vehículos como de peatones se basa en una norma sencilla: cortesía.

Unos ceden el paso a otros, nadie pita, grita, insulta o monta un escándalo y así, la calle está exenta de momentos de tensión. Los romanos, en su mayor parte afables y amistosos, están dispuestos a entenderte y ayudarte.

Los autobuses son recomendables solo si uno es paciente, porque los atascos son continuos y, además, no es extraño viajar completamente llenos, tanto que resulta difícil llegar a la máquina de validar los billetes ( que hay que adquirir en kioscos de prensa) por lo que una práctica bastante común, según se puede apreciar, es que nadie se preocupa de esto demasiado, ni siquiera la empresa de transportes.

No es Roma una ciudad barata, pero merece la pena visitarla, aunque sólo sea para contemplar las ruinas y preguntarse cómo pudo llegar a la decadencia una civilización capaz de construir tantas maravillas

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