martes, 29 de julio de 2014

CUALQUIER DÍA, EN CUALQUIER PARQUE




            En nuestra sociedad, como en cualquier otra, hay personas que tienen un concepto claro acerca de la vida en común y, en virtud de este concepto, sus actuaciones van siempre protegidas por una capa de respeto, solidaridad, educación cívica…
            Hay quien, sin embargo, actúa siendo consciente de que están atentando contra la libertad de otros, no porque les esté oprimiendo con cadenas físicas, sino interfiriendo en su espacio vital, ése espacio invisible del que nos gusta disponer a cada uno y en el que tan solo dejamos entrar a aquéllos otros con los que nos unen determinados lazos.
            Otro grupo de personas lo conforman aquéllas que, sin intención aviesa, simplemente actúan como les parece, sin preocuparse de que, a su alrededor, están provocando malestar en quienes no piensan o actúan de igual modo.
            Entre todo este conglomerado de personas hay quien se dice amante de los animales y tienen perros. Unos son cuidados con celo y otros no tanto, pero de modo general, existe por parte de sus amos una idea de que el resto de ciudadanos, los que no tienen perro, están obligados a soportar la servidumbre que, a dichos amos y solo a ellos, corresponde.
            Todos los ciudadanos, con perro o sin él, participamos con nuestros impuestos en la construcción de la ciudad. Parte de ella, muy importante para disfrutar de momentos de relax, son los parques.
            Se han creado en ellos zonas específicas para que los perros puedan disfrutar y corre libremente, así como resolver sus necesidades fisiológicas, que deben ser completadas por sus respectivos amos, recogiendo las deposiciones y depositándolas en los lugares destinados  al efecto.
            Muchas veces, sin embargo, no sucede así y las zonas verdes son el depósito de las deposiciones, lo que impide a otros ciudadanos disfrutar de un grato paseo, por las precauciones que deben tomar para no llevarse en los zapatos algún recuerdo indeseado, amén de los olores, que impiden disfrutar del aroma de las flores.
            Estas actuaciones provocan que se extienda hacia todos los propietarios de  perros un sentimiento de rechazo por parte de quienes no lo son, cosa tremendamente injusta, puesto que-con toda seguridad-son mayor número los que respetan el entorno que los que no lo hacen.






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