jueves, 8 de diciembre de 2016

INFORME PISA, NO TAN DEPRISA




     Todos los años llega un día en que nos desayunamos con el Informe Pisa, que viene a decir que los alumnos españoles tienen un nivel de “zoquetería” bastante elevado y, entonces, surgen las voces reclamando mejoras en nuestro sistema educativo.

     Este año, como si de generación espontánea se tratara, resulta que hemos ascendido muchos puestos en la escala del informe y estamos, incluso, por arriba de la media en determinadas cuestiones. ¿Es posible, en tan solo un año, conseguir este cambio?

     El comentario de una alumna, preguntada al efecto, era bastante contundente, negando la veracidad de la encuesta. En tertulia televisiva, uno de los periodistas incidía en que en algunos de los países encuestados ha bajado mucho el nivel y eso ha dado como resultado el ascenso de los alumnos españoles.

     Uno entiende que se planteen dudas, porque considera imposible que, en el transcurso de tan solo un año, haya cambiado tan radicalmente el grado de conocimiento de los alumnos y se muestra un tanto escéptico en cuanto al futuro, a la vista de que no se aprecia entre los políticos, que son quienes podrían cambiar las cosas, un interés como el que sería deseable para alcanzar cotas más altas en formación. Baste para ello ver el grado de confrontación de los partidos políticos en cuanto a la Educación, cuando debería llegarse siempre a situaciones de consenso, habida cuenta de que quienes hoy se forman mañana serán quienes dirijan la nación.

     Inevitablemente y con un alto grado de envidia, uno mira hacia otros países en los que la excelencia de la formación es la meta y, al fijarse, siquiera de refilón, en los sistemas educativos se encuentra con que los profesores han sido seleccionados con rigurosidad, que son una parte muy considerada socialmente y que existe una gran simbiosis entre profesorado y familias.

     Exactamente todo lo contrario de lo que ocurre aquí. Aunque generalizar puede resultar excesivo, baste considerar que en una reunión a la que se convoca a padres de alumnos, la asistencia es minoritaria; los padres trasladan al profesorado la carga de la formación, olvidando que una parte de esta, la educación, es de exclusiva responsabilidad de la familia; el profesorado no es respetado por alumnos ni por padres; el Estado no tutela adecuadamente a los profesores, etc.

     Un factor a considerar es oficializar la conciliación familiar, imprescindible para una buena formación en sus aspectos técnico y humano. Mientras los padres tengan dificultades en su trabajo para disponer de tiempo y, siquiera, tratar con los maestros en las evaluaciones periódicas, no será posible la formación deseada.

     Por otra parte, de la misma manera que un padre es eso, antes que “amigo” o “colega” de sus hijos y debe actuar y ser respetado como tal, el profesor debe alcanzar unas cuotas de respeto similares. Pero para hacer valer ese respeto, además del conocimiento de las materias a enseñar, el profesor debe saber mantener distancias con el alumno, de manera que este entienda, desde el principio, cuál es su posición y su relación en el aprendizaje.




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