Hoy
es el día de los Santos Inocentes. Que no son solo aquéllos niños que, según la Biblia, fueron masacrados
hace muchos años. Basta con que miremos cualquier periódico actual.
Encontraremos personas maltratadas por aquéllos en quienes confían, gente que
ha perdido su casa por creer en la palabra de un banquero, trabajador explotado
por empresario sin escrúpulos, inmigrante esclavizado y un largo etc. de
personas cuyo único fallo ha sido creer en alguien. ¿Se puede ser más inocente?
No.
No voy a ser tan necio como para pretender que se desconfíe de todo el mundo.
Hay suficiente número de buenas personas repartidas por ahí. a nuestro lado, en
el bar, el vecino de enfrente…El problema radica en que hemos ido perdiendo,
poco a poco, la facultad de la comunicación y nos creemos que estamos solos y
que nadie nos va a resolver el problema. Así, damos cancha a los “malos” que
hacen su agosto a costa de todos. De todos; de los que sufren y de los que
estamos tranquilamente en casa disfrutando de la familia. Porque todos somos
víctimas. Unos, directamente de los depredadores sociales y otros somos
víctimas de nuestra propia apatía, dejadez, indeterminación, comodidad…somos
víctimas de esa cosa tan fácil como es pensar:”como les voté, son ellos quienes
tienen que arreglarlo”. Ellos no arreglarán nada que no les convenga. Si hay
suerte y coincide con lo nuestro bien está, pero si no…
Algún
día, quizá, despertemos de ese letargo mortal y decidamos que no se puede vivir
al margen de lo que le pasa al de al lado. Y ello, simplemente porque hemos
elegido vivir en sociedad, lo que significa que todas las cosas, cualquiera
cosa, nos afecta a todos. ¿Qué hay quien se pasa por la entrepierna lo que
acontece a muchos? Por supuesto. Pero siempre los ha habido y siempre los
habrá. Mucho más si somos tan necios de aceptar sus propuestas cuando podemos
evitarlo, de estrechar su mano cuando sabemos, a ciencia cierta, que está
manchada con la sangre de sus esclavos, aunque estos ahora se llamen
administrativos y trabajen a la vista del público en un banco y no lleven
cadenas. Aunque estos se llamen peones y estén recogiendo hortalizas en un
recóndito bancal, en jornadas maratonianas, sin asegurar, sin un techo digno y
con un salario de miseria y hambre. Aunque sean esos trabajadores hacinados
entre máquinas que están tejiendo para nosotros ropas que nos venderán baratas
porque el resto del precio lo están pagando esos mismos trabajadores, que
apenas pueden comer con lo que reciben y que tendrán suerte de que no les caiga
encima el techo de la factoría, porque no importa como vivan o trabajen. Lo
importante es que produzcan mucho y rápido, porque hay que vender y vender a
tanta gente ansiosa por comprar y comprar, aunque luego toda la ropa vaya a
contenedores.
Es
un panorama negro, ¿no?. Bueno, pero siempre hay esperanza. Ésa que supone el
ver que, también, cada día hay personas capaces de involucrarse en los
problemas sociales ofreciendo una visión nueva, un nuevo camino que permita
soluciones distintas a las actuales, que se han demostrado inservibles para la
mayoría, aunque extremadamente beneficiosas para unos cuantos.
A
veces sucede que somos cobardes. No de esos que salen corriendo, sino de los
que nos asusta el abrir la puerta a nuevos horizontes porque no sabemos lo que
habrá más allá y ¡se está tan cómodo en casa viendo la tele!. Bien cierto es
que, casi todos los días, se empeñan en mostrarnos a niños hambrientos o
familias desahuciadas pero, ¡están tan lejos!
¿Será
posible adquirir empatía en forma de píldoras o algo parecido? Así sería más
fácil ponerse en la piel del otro y …Pues no. ¡No hay píldoras ni nada
parecido! No quedan más co… que hacerse el ánimo y atravesar la puerta. Nunca
es tarde. Si uno tiene muchos años, tiene a su favor la experiencia. Si uno es
pobre ¿Qué más le da?.Si uno es rico, ¿qué puede perder?.
Está
claro que se pueden ofrecer, pensar, intuir, etc. excusas y más excusas, pero
al final sólo serán eso y en nuestro interior más recóndito surgirá, de cuando
en cuando, esa vocecilla acusadora ¿conciencia? que nos relatará los hechos en
los que no hemos querido ser protagonistas. ¿Nos sentiremos avergonzados?, o le
taparemos la boca con un : “¿y qué podía hacer yo solo?”.