No me estoy refiriendo, en este
caso, a la -tantas veces reproducida-obra de Víctor Hugo, ni pretendo plagiar (algo
de lo que lamentablemente hemos tenido noticias recientes a cuenta del plagio
realizado por un rector universitario) el nombre de la misma. Simplemente
aprovecho la acepción que presenta la R.A.E. de miserable
como “mezquino, perverso, canalla” para aplicarla a cuestiones como la que
expongo a continuación.
Quienes, con mejor o peor
habilidad, formamos parte de la comunidad de personas que utilizan los medios
de comunicación social y lo hacemos con el ánimo de aportar algo, aunque no
siempre lo consigamos, hemos sido testigos de los brutales e inmisericordes
ataques e insultos vertidos en las redes tras la muerte de Bimba Bosé, a quien
únicamente he conocido a través de su presencia en televisión, por lo que mis
palabras no están condicionadas por una relación de amistad o proximidad.
Me parece totalmente repugnante que
haya personas (¿) que se hayan lanzado a proferir contra Bimba Bosé toda serie
de adjetivos que más que calificativos son incalificables, en base a una
pretendida …¿una pretendida, qué?...¿Es que, acaso, una persona no tiene
derecho a ser, actuar, pensar, decidir…como le apetezca, haciendo uso de la
libertad que nuestra sociedad le concede, con la simple obligación de no
vulnerar los derechos de otra persona?.
¿Acaso el simple hecho de que no
nos guste una persona es suficiente para insultarla o agredirla de otro modo?
Si así fuera, no quedaría ninguna persona libre de ello, por cuanto, de uno u
otro modo, todos somos distintos y, con mucha frecuencia, antagónicos. ¿Acaso
el ser diferentes es malo?
Nadie nos obliga, al menos en
España, a ser como “el otro” y solo resultan comprensibles, aunque no
justificables, las actitudes de quienes sintiéndose incapaces de igualar a ése “otro”,
le envidian tanto que lo exteriorizan de manera rencorosa, con sus palabras.
Quienes hacemos uso de las redes
sociales o cualquier otro medio de comunicación con ánimo de transmitir
acontecimientos, ideas, de manera constructiva, deberíamos rechazar de plano y dar
la espalda con nuestro silencio a quienes optan por la agresión y el insulto,
de manera que se dieran cuenta de que no tienen sitio entre nosotros. Pero esa
exclusión la provocan ellos mismos, que no culpen a quienes no comparten sus
ideas o comportamientos.
Afortunadamente, son muchas las voces que se han alzado en contra de quienes no aceptan otras razones que las propias y no pierdo la esperanza de que el ejemplo de quienes repudiamos esas actitudes consiga, al fin, acabar con ellos, los miserables.