El otro día tuve un sueño, cuyo inicio fue hermoso, pero que acabó convirtiéndose en una pesadilla. Yo residía en una ciudad en la que todo el mundo vivía alegre y despreocupado. Todo cuanto hacían sus gobernantes era aplaudido de inmediato por una parte de la población, mientras el resto se dedicaba a manifestar su discrepancia en la barra del bar o en la cola del paro, sin llegar a ponerse de acuerdo pese a que, en el fondo, todos participaban de la misma opinión. El problema residía en que cada uno quería que prevaleciera su personal punto de vista.
Alguien, a quien llamaremos Job, tuvo la feliz ocurrencia de colocar buzones de sugerencias, con la esperanza de que las ideas que allí se aportaran sirvieran para asesorar a los gobernantes, especialmente en asuntos de vital importancia, como eran: educación, sanidad, vivienda, trabajo…, de manera que , cuando se planteara una situación de especial dificultad, hubieran suficientes aportaciones como para resolver cualquier problema. Job recorría todos los buzones, todos los días y miraba en su interior a través de la rejilla para descubrir, día tras día, que nada había dentro. Pasó el tiempo, pero no perdió la esperanza y seguía en su empeño; aunque los buzones acumulaban telarañas y los gamberros los habían rayado y llenado de pegatinas, a él no le importaba dedicar parte de su tiempo a esta tarea, porque creía que las cosas podían cambiarse. Al fin tuvo que rendirse a la realidad de que nadie estaba interesado en exponer allí sus ideas.
Ocurrió que la crisis que se venía anunciando hacía tiempo, sobrevino y produjo cuantiosos daños económicos y sociales. El clamor por un cambio social y político era generalizado. Ante la proximidad de nuevas elecciones, unos y otros políticos se dedicaron a pensar, a convocar reuniones y asambleas de las que surgieron importantes iniciativas. Alguien se acordó de los buzones colocados por Job y sugirió que todas las opiniones e ideas se introdujeran en ellos, para estar al servicio de quien saliera vencedor en las elecciones, lo que-sin duda-le facilitaría el reconducir la maltrecha situación.
Llegaron las elecciones y el resultado fue abrumadoramente mayoritario a favor de quienes, hasta entonces, habían estado en la oposición. Se apresuraron a dictar normas y leyes, a hacer recortes en los presupuestos y en los salarios, aunque el tiempo demostró que ninguna de las medidas adoptadas producía efectos positivos. El descontento popular era patente.
En mi sueño, entraba yo en escena en esta situación, preguntándome si las ideas depositadas habían sido tan malas que no habían servido para nada. Recorría todos y cada uno de los buzones y advertía que estaban repletos, de manera que los papeles sobresalían. Todos tenían el color amarillento con que la intemperie y el tiempo les habían dotado. El óxido estaba tan acumulado en las cerraduras que hacía imposible introducir la llave para abrirlos.
Desperté sobresaltado. Apenas podía respirar, así que me levanté cuidadosamente para no despertar a nadie y fui a tomar un vaso de agua. Decidí salir a la calle a dar un paseo para mitigar mi angustia y dirigí mis pasos a un buzón de sugerencias que había cerca de casa, con el corazón palpitante de emoción. A medida que me aproximaba e iba viéndolo mejor, advertí que las telarañas lo habían envuelto; cuando estuve junto a él pude comprobar que la cerradura había desaparecido y la puerta, forzada, yacía tirada en el suelo, rodeada de un sin número de sucios y pisoteados papeles. Miré en el interior del buzón; en un rincón había un papel blanco cuidadosamente plegado, que abrí con curiosidad y expectación.
Acercándome a una farola próxima, leí que tenía escrita tan solo una línea que decía, simplemente:”¿vas a seguir esperando que sea otro el que arregle esto?”