En estos días tienen o han tenido lugar actos y manifestaciones contra la violencia machista. Por razones que no vienen al caso no he podido participar personalmente y me ha parecido oportuno repetir el siguiente artículo que publiqué en el Boletín Cultural Informativo Jubicam en Abril de 2010.
MUJER
Hoy
mismo comentaba con otra persona que, a
lo largo de mi vida, jamás he conocido a una mujer a la que tildar con el
apelativo de “vaga” y, sin embargo, puedo afirmar con rotundidad-porque conozco
casos-que sí , que existen hombres “vagos” que merecen de sobra ocupar el
número uno de la lista en ése apartado, que tan poco dice en su favor.
La
mujer vive en un mundo diseñado por el hombre y está algo así como el pez fuera
del agua, pero con la gran diferencia de que sabe adaptarse rápidamente y mucho
mejor que él, a las diferentes variables de su entorno, por lo que la
adversidad no es sino otro más de los múltiples obstáculos que sabe superar –y
lo hace- a la vez que contribuye, como sólo ella puede hacerlo, a la
perpetuación de la especie.
Erróneamente-desde
mi punto de vista-alguien ha pensado en celebrar “El Día de la Mujer” y no es
que piense que la mujer no merece ser tenida en cuenta. Muy al contrario, lo
que me irrita-al igual que en casos similares- es que pretendamos durante un
día al año hacer visibles cualidades, hechos, circunstancias, que no demuestran
otra cosa que la incapacidad de la sociedad para acoger a todos y cada uno de
sus miembros, con independencia de edad, sexo, creencia, condición social, etc.
como un miembro de pleno derecho que tiene, además, en éste caso y sobre sus
hombros (mejor en su seno) la única posibilidad de contribuir al desarrollo de
la sociedad, como he citado antes, perpetuándola.
Así,
hemos llegado al “Día del Padre”, “Día de la Madre”, “Día del Niño”, “Día de la
Mujer Maltratada”, “Día de San Valentín”… y tantos otros cuya significación no
siempre se corresponde con una reivindicación de derechos o del papel que
representa en la sociedad el homenajeado, sino con la maniobra propagandista
cuyo trasfondo no es otra cosa que “compra, compra y compra”.
En
países con un nivel de desarrollo equiparable al que teníamos en España hace
cincuenta o más años, vienen desarrollando desde mucho tiempo atrás una
política de “micro créditos” de la cual es destinataria la mujer, habiéndose
demostrado la capacidad de ésta para crear economía a partir de pequeñas
inversiones en tanto que el hombre-rey de la creación- sagazmente pierde el
escaso crédito que le va quedando dedicándose a la encomiable labor de que las
fábricas de aguardiente y ron no entren en suspensión de pagos o como quiera
que se llame eso ahora, a base de manejar la botella hábilmente mientras juega
una partida de cartas.
La
capacidad de adaptación de la mujer la lleva a aceptar cualquier tipo de trabajo,
aún de índole vejatoria, con percepciones salariales que el hombre rápidamente
desecharía (“yo, por ésa miseria no trabajo” -diría éste -seguramente) porque
antepone la supervivencia propia y de la familia al orgullo machista incapaz de
la generosidad que supone la renuncia del “yo” persiguiendo el beneficio de
“nosotros”.
Las
personas que se dedican a la política ( y no solamente los hombres ) deberían
considerar la ventaja que supondría acabar con las desigualdades sociales que
dependen de la sociedad, del “nosotros” . Si todos tuviéramos los mismos
derechos, nadie podría reclamar porque se le exigieran las mismas obligaciones
y así, entre todos “nosotros” estableceríamos una sociedad fuerte. Quien-en
oposición-fuera partidario de seguir cultivando el “yo” se autoexcluiría de
ésta sociedad en la que no tendrían cabida quienes, no estando incapacitados
por algún motivo, pretendieran vivir a costa de los demás.
Lamentablemente,
aún ahora, no parece existir un interés muy marcado en trabajar en éste sentido
porque las políticas educativas de los últimos años más parecen tendentes a
formar ciudadanos de segunda clase en los que la cultura sea la excepción
diferenciadora en lugar de ser la normalidad integradora.
Se
plantea con frecuencia el tema de la paridad, pretendiendo que en todas partes
haya un número igual de hombres que de mujeres, en especial en los puntos de
decisión. Personalmente nada tendría que objetar, siempre que este equilibrio
no tuviera que ver con el sexo de cada cual, sino con su capacidad para
desempeñar las tareas, pues tan injusto es dar prioridad al hombre como hacerlo
con la mujer simplemente por cubrir un porcentaje sobre el papel.
Machismo
y feminismo me parecen movimientos que pretenden , cada uno por su lado,
acentuar la diferencia entre los sexos y la prevalencia de uno sobre otro. Yo, como hombre, sólo estoy por la labor de
aceptar que soy igual a cualquier mujer
, en tanto que-como profesional, intelectual, etc.- sólo seré superior a
aquélla determinada mujer si demuestro que, habiendo tenido en su mano las
mismas posibilidades y en disputa por conseguir un determinado puesto en la
sociedad, mi capacidad de desempeño está sobre la de ella.
Lo
demás no es otra cosa que demagogia y para escuchar lo que me interesa me basta
con hablarme a mí mismo.