jueves, 27 de febrero de 2014

SIN PASARSE




Algunos dirán lo contrario, pero yo cada día estoy más contento de vivir en el Barrio del Pla y cualquiera lo entenderá si, como yo, ha tenido conocimiento de que en la Zona Centro de la Ciudad tienen que barrer en turnos de mañana, tarde y noche, ¡nada menos!.¿Cómo podría yo vivir en un sitio en el que hay que limpiar tanto? Sin duda debe vivir gente de bajo nivel social, porque si no, no me explico tanto barrer. A lo peor hasta tiran la basura por la ventana. En cambio yo, aquí, en el Pla, veo que no hay problema. Resulta que se barre  cada dos o tres días, o menos aún, si el operario que tiene asignada la zona está de baja, o ha solicitado permiso, ya que su baja no se cubre. Sin duda eso quiere decir que ensuciamos menos y, en ese caso, ¿para qué realizar el dispendio de enviar barrenderos tres veces al día?
Y no hablemos del baldeo. ¡Cada dos días nada menos se baldea el Centro! Por favor, un poco de seriedad, confórmense como los vecinos del Pla, que con un baldeo cada dos meses y medio nos apañamos. Máxime cuando hemos tenido conocimiento de que se baldea con agua potable. Debe ser, sin duda, para que crezcan los arbustos que hay en las esquinas de las aceras, allí donde las hojas muertas y la humedad propician el crecimiento, quizá, de alguna especie autóctona que en otras circunstancias estaría, a no dudarlo, extinta.
En cuanto al reciclado, lejos de las irresponsables actuaciones por las que ,en la Zona Centro,  se retiran los enseres depositados junto a los contenedores todos los días, aquí, en el Barrio del Pla los llegamos a tener hasta una semana. ¿Por qué?. Sencillamente porque aquí practicamos las teorías de desarrollo sostenible y entendemos que cuanto más tiempo estén los objetos en la calle más facilidades hay para su reciclado. Si son objetos con componentes degradables por oxidación o disgregación, ¿qué mejor que dejar que el tiempo , con agua, sol, frio, actúe sobre ellos?. Si son objetos metálicos o cartón, ¿cómo no vamos a favorecer que las personas a las que ha afectado la crisis obtengan algún ingreso con su recogida y venta?. Somos, ante todo, solidarios.
Debo reconocer, sin embargo que, lejos de pretender que en la Zona Centro limpien menos que en el Barrio del Pla, me encantaría todo lo contrario; es decir, que aquí también barrieran todos los días en tres turnos, que baldearan la calle cada dos días y que retiraran los enseres, también, cada día.
Así, por ejemplo, cuando fuera a visitar el MARQ, en lugar de encontrarme con que los contenedores que hay en su fachada están rodeados de enseres durante varios días y los imbornales atascados de papeles y hojas, me parecerá que la calle forma también parte del Museo, porque está tan cuidada como su interior aunque, si bien lo pienso, allí todo lo que hay son cosas rotas que alguien encontró algún día y, ¿Quién dice que no me pueda ocurrir lo  mismo y descubra, entre la basura y enseres algo digno de figurar en su mejor vitrina? A lo mejor hasta le pondrían mi nombre, como corresponde a los descubridores.

lunes, 17 de febrero de 2014

INMIGRANTES




                        Recientes acontecimientos han puesto de manifiesto, una vez más, el terrible drama en el que son protagonistas, a la fuerza, los inmigrantes. Puestos en la tesitura de elegir entre la certeza de morir (de hambre, asesinado, etc.) o de conseguir un medio de vida que les permita atisbar una posibilidad de futuro, hacen lo que haríamos cualquiera de nosotros. Y se embarcan (nunca mejor dicho) en cualquier cosa que flote, para intentar llegar a cualquier país occidental, en los que la supervivencia está garantizada, de una u otra manera.
                        Llegan  así a España y lo han hecho durante mucho tiempo. Los distintos gobiernos han intentado resolver, con no muy buena dosis de imaginación y fortuna, la llegada masiva de estas personas. Se ha permitido su estancia, o se ha hecho la vista gorda sobre ello, pero no se les ha facilitado la documentación necesaria para que pudiesen desarrollar una actividad que les permitiera obtener un trabajo legal, condenándoles con ello a mal vivir en una economía sumergida , que ha propiciado el abuso por parte de gente  sin escrúpulos, quienes aprovechándose de esta situación les han explotado ofreciéndoles trabajos con salarios de miseria o en condiciones inaceptables, que han tenido que asumir para sobrevivir.
                        Se les acusa, por algunos sectores de población, de ser los culpables de la falta de puestos de trabajo, cuando esta ha sobrevenido únicamente a causa de la crisis y, en todo caso, la mayor parte de los inmigrantes realizaban tareas que nadie quería.
                        Mientras unos consideran que son un estorbo y los nombran despectivamente (negro, sudaca, etc.) otros, sin embargo, acuden a ellos para que acompañen a las personas mayores o cuiden a los niños, o hagan las tareas del hogar. Habrá quien les ofrezca un salario justo, pero también habrá quien, aprovechándose de su situación de irregularidad, les exprima, exigiéndoles muchas horas de trabajo a cambio de un salario mísero, que aceptarán porque, pese a todo, aquí al menos se puede vivir y no quieren correr el riesgo de ser expulsados.
                        Nadie parece tener interés alguno en recordar la historia de los países de origen de los inmigrantes. En algunos la colonización o conquista por parte de los descubridores produjo un esquilmamiento de las riquezas naturales y la corrupción hizo lo demás. En otros la población nativa era considerada esclava, sin acceso a la formación, condenada de por vida al servicio a sus señores, si es que no era masacrada y reducida a lo que hoy consideraríamos como “especie en peligro de extinción”. Cierto es que esto sucedió hace muchos años y no debemos considerarnos culpables por ello, pero no deberíamos olvidar las historias, no demasiado lejanas, de tantos y tantos españoles que han sido emigrantes, también a la fuerza, y que hoy forman un elevado porcentaje de población en muchos países, en los que están perfectamente integrados.
                        Seguramente un poco de solidaridad no supondría un gran esfuerzo para nadie, pero no es suficiente. Habría que considerar, por parte de los gobiernos, la condonación de la deuda externa de estos países; la creación en ellos de medios de producción que dieran lugar a puestos de trabajo para desincentivar la emigración; facilitar formación y medicinas para combatir las enfermedades que en occidente ya han sido erradicadas pero que allí han surgido a causa de la miseria; establecer sistemas que permitieran una regulación de los flujos migratorios, etc. En suma, tendríamos que plantearnos, uno a uno, sinceramente, hasta qué punto estamos dispuestos a llevar nuestro nivel de solidaridad. Después, actuar en consecuencia. Mientras tanto, dejarnos de demagogias, porque ningún gobierno ha sido capaz de adoptar una decisión adecuada, ni ha habido interés en establecer un consenso para actuar de manera unánime, ni la Comunidad Europea, que critica, ha hecho lo que debía hacer.
                        Llama la atención que nuestros científicos, técnicos, expertos, etc. sean llamados puntualmente, o presten sus servicios de manera permanente en otros países, asesorando para solucionar distintos problemas y nuestros propios gobiernos sean incapaces de hacerlo, aunque tiene su lógica, ya que si consultaran adecuadamente no les quedaría otro remedio que actuar de distinto modo y eso supondría reconocer que lo han estado haciendo mal. Y en este país, lo último es reconocer los errores, prueba de ello es la escasez de dimisiones de miembros de gobierno que se han presentado desde que se instauró la democracia.
                       
                       
                       

viernes, 14 de febrero de 2014

ALCACHOFAS AL HORNO



    Un plato muy sencillo de preparar y económico que, además, es saludable, se puede preparar con pocas habilidades culinarias (las mías son así) y, con ello cubrir parte de las necesidades alimenticias.

    Se trata de alcachofas al horno. Normalmente las cocino cuando es su temporada, lo que garantiza que la calidad del fruto es adecuada, si bien conviene siempre escogerlas antes de final de temporada, pues están menos tiernas y el pelillo de su interior algo duro,  las hace menos sabrosas.
    El procedimiento es sencillo: se toman las alcachofas y se corta el pie, reservándolo. Seguidamente se toman con la mano por la parte cortada y se golpean por la punta, de manera que se abran las hojas, al objeto de poder condimentarlas adecuadamente.
    Se toma el pie y se quita la corteza, mediante cortes longitudinales, de manera que quede libre la médula, de color blanco.
    Se disponen en la bandeja del horno junto con las médulas, sobre un papel de hornear, para evitar que la bandeja se manche. Se rocía aceite de oliva en su interior, generosamente, así como sal al gusto de cada uno. Se rocían, igualmente, con aceite y sal, las médulas .
    Se colocan en la parte media del horno, con calor arriba y abajo y a una temperatura de 150 grados durante hora y media. Pasado este tiempo se observan y, si es preciso, se dejan durante unos minutos más, hasta que las alcachofas adquieran un color marrón oscuro y  las puntas de las hojas exteriores  estén crujientes.
    Se dejan enfriar y se pueden consumir durante varios días, conservándolas en la zona baja del frigorífico.
Para su consumo se calientan un par de minutos en el microondas y ¡ya está!. Tenemos un excelente plato de cocina mediterránea.











lunes, 10 de febrero de 2014

LA SOCIEDAD Y YO



                Continuamente, bien en actos retransmitidos por televisión, bien en mítines o conferencias a las que he asistido, es común que la simple aparición del orador provoque una oleada de aplausos. Visto desde la perspectiva de una cortés acogida no me parece mal, puesto que así el recién llegado advierte que no hay un clima hostil hacia su presencia. Yo mismo actúo de esta manera, porque me parece educado y, sobre todo, porque mi asistencia ha sido voluntaria y sin condiciones.
            Sin embargo, advierto por parte de los espectadores que esta misma conducta se repite en cuanto cesan las presentaciones y el orador todavía no ha dicho una sola frase inteligible o que, al menos, pueda aportar información suficiente como para ser premiada con el aplauso enfervorizado.
            Así las cosas, y en este clima de “borreguil” asentimiento, entiendo que la situación de nuestra España sea tan caótica, aunque algunos la quieran presentar como en evolución imparable hacia un paraíso exento de crisis, por gracia de sus medidas (me atrevería a decir profilácticas) que, obviamente y como siempre, tienen la virtud de arrastrar  hacia el abismo de la pobreza a muchas más familias.
            Hay, en la clase dirigente, un convencimiento de su personal capacidad y actuación como salvadores que resulta preocupante. O es una ceguera hacia lo que no quieren ver (reducción drástica de ingresos, recortes en sanidad y educación, desahucios, copago, etc.). lo cual sería ya de por sí, grave, o bien es un sometimiento tal a las poderosas estructuras financieras que les deja maniatados para intentar, al menos, llevar a cabo medidas que, aun siendo duras, como corresponde a la situación, podrían ser bien entendidas si existiera una aplicación racional y racionada a todos los niveles de la sociedad.
            Esta situación no tiene otra consecuencia que el incremento de la economía sumergida y el, cada vez mayor, abuso de  los individuos sin escrúpulos que, desde su posición como empresarios pretenden incrementar sus beneficios no por ofrecer productos de mayor calidad, sino a costa de reducir los salarios de sus trabajadores, o bien desde la perspectiva de quienes son capaces de arrastrar a posiciones mayores de indigencia a personas de su propio nivel social, sin ningún tipo de solidaridad o empatía y como si ellos nunca hubieran sufrido las consecuencias de actuaciones similares.
            Hay una especie de “adormecimiento” social que mantiene a la mayoría de los ciudadanos en un estado de inconsciencia  extrañamente contradictorio con esas otras posiciones que se revelan ante determinadas situaciones catastróficas o de  necesidades familiares puestas de manifiesto por los programas televisivos que apelan a la solidaridad personal, para resolver problemas de los que debería hacerse cargo el Estado, a través de cualquiera de sus organismos. En estos programas se descubre, como si de aparición milagrosa se tratara, ese noble fondo solidario, que permanece escondido en espera de que alguien lo despierte.
            Por qué, me pregunto, no existe esa capacidad de aglutinar a los ciudadanos en torno a una idea común y, desde la fuerza del grupo, exigir el cambio que necesita la sociedad para ser más humana. Se alzan muchas voces reclamando el cambio, pero nadie quiere ceder a otros el mando de la iniciativa y se incide o se buscan resquicios de divergencia en lugar de intentar aglutinarse en torno a los puntos de coincidencia. Por ello se dificulta cada vez más el cambio.
            Todos somos culpables de la situación. Los jóvenes porque no se acaban de convencer de que para ellos no hay nada imposible y que lo menos que pueden hacer es intentar el cambio. Los ya mayores, que nada tenemos que perder, nos hemos acomodado en esa rutina diaria de ver pasar los acontecimientos, limitándonos a decir : “no hay nada que hacer, siempre ha sido así”
            Y las cosas no cambian. Pero sucede así, simple y llanamente porque tú y yo, y el otro ni siquiera alzamos la voz, no gritando e insultando, sino para que se oiga alto y claro que no estamos conformes con la situación, que queremos que sea de otra manera. Y si el sistema lo hemos creado nosotros y funciona mal, nosotros podemos ( y debemos ) cambiarlo para que funcione mejor.
            Nula tolerancia con la corrupción, nada de exigir derechos pero eludir responsabilidades, supresión de aforamientos, listas abiertas, que sea efectivo el que todos los ciudadanos somos iguales, ante la ley, la sanidad, la educación…
            Es una tarea dura y larga, pero se puede empezar por una educación en valores, aséptica en adoctrinamientos, confiriendo a los educadores el reconocimiento que exige su profesión, pero exigiéndoles la excelencia, puesto que en sus manos está el futuro.
            Puede que no veamos el resultado, pero al menor dejaremos este mundo con la tranquilidad de que hemos hecho un esfuerzo por mejorarlo.