Recientes acontecimientos han puesto de
manifiesto, una vez más, el terrible drama en el que son protagonistas, a la
fuerza, los inmigrantes. Puestos en la tesitura de elegir entre la certeza de
morir (de hambre, asesinado, etc.) o de conseguir un medio de vida que les
permita atisbar una posibilidad de futuro, hacen lo que haríamos cualquiera de
nosotros. Y se embarcan (nunca mejor dicho) en cualquier cosa que flote, para
intentar llegar a cualquier país occidental, en los que la supervivencia está
garantizada, de una u otra manera.
Llegan
así a España y lo han hecho durante mucho tiempo. Los distintos
gobiernos han intentado resolver, con no muy buena dosis de imaginación y
fortuna, la llegada masiva de estas personas. Se ha permitido su estancia, o se
ha hecho la vista gorda sobre ello, pero no se les ha facilitado la
documentación necesaria para que pudiesen desarrollar una actividad que les
permitiera obtener un trabajo legal, condenándoles con ello a mal vivir en una
economía sumergida , que ha propiciado el abuso por parte de gente sin escrúpulos, quienes aprovechándose de esta
situación les han explotado ofreciéndoles trabajos con salarios de miseria o en
condiciones inaceptables, que han tenido que asumir para sobrevivir.
Se les acusa, por algunos sectores de
población, de ser los culpables de la falta de puestos de trabajo, cuando esta
ha sobrevenido únicamente a causa de la crisis y, en todo caso, la mayor parte
de los inmigrantes realizaban tareas que nadie quería.
Mientras unos consideran que son un estorbo y
los nombran despectivamente (negro, sudaca, etc.) otros, sin embargo, acuden a
ellos para que acompañen a las personas mayores o cuiden a los niños, o hagan
las tareas del hogar. Habrá quien les ofrezca un salario justo, pero también habrá
quien, aprovechándose de su situación de irregularidad, les exprima,
exigiéndoles muchas horas de trabajo a cambio de un salario mísero, que
aceptarán porque, pese a todo, aquí al menos se puede vivir y no quieren correr
el riesgo de ser expulsados.
Nadie parece tener interés alguno en recordar
la historia de los países de origen de los inmigrantes. En algunos la
colonización o conquista por parte de los descubridores produjo un
esquilmamiento de las riquezas naturales y la corrupción hizo lo demás. En
otros la población nativa era considerada esclava, sin acceso a la formación,
condenada de por vida al servicio a sus señores, si es que no era masacrada y
reducida a lo que hoy consideraríamos como “especie en peligro de extinción”.
Cierto es que esto sucedió hace muchos años y no debemos considerarnos
culpables por ello, pero no deberíamos olvidar las historias, no demasiado
lejanas, de tantos y tantos españoles que han sido emigrantes, también a la fuerza,
y que hoy forman un elevado porcentaje de población en muchos países, en los
que están perfectamente integrados.
Seguramente un poco de solidaridad no
supondría un gran esfuerzo para nadie, pero no es suficiente. Habría que
considerar, por parte de los gobiernos, la condonación de la deuda externa de
estos países; la creación en ellos de medios de producción que dieran lugar a
puestos de trabajo para desincentivar la emigración; facilitar formación y
medicinas para combatir las enfermedades que en occidente ya han sido
erradicadas pero que allí han surgido a causa de la miseria; establecer
sistemas que permitieran una regulación de los flujos migratorios, etc. En suma, tendríamos que plantearnos, uno a uno, sinceramente, hasta qué punto estamos dispuestos a llevar nuestro nivel de solidaridad. Después, actuar en consecuencia. Mientras tanto, dejarnos de demagogias, porque ningún gobierno ha sido capaz de adoptar una decisión adecuada, ni ha habido interés en establecer un consenso para actuar de manera unánime, ni la Comunidad Europea, que critica, ha hecho lo que debía hacer.
Llama la atención que nuestros científicos,
técnicos, expertos, etc. sean llamados puntualmente, o presten sus servicios de
manera permanente en otros países, asesorando para solucionar distintos
problemas y nuestros propios gobiernos sean incapaces de hacerlo, aunque tiene
su lógica, ya que si consultaran adecuadamente no les quedaría otro remedio que
actuar de distinto modo y eso supondría reconocer que lo han estado haciendo
mal. Y en este país, lo último es reconocer los errores, prueba de ello es la
escasez de dimisiones de miembros de gobierno que se han presentado desde que
se instauró la democracia.
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