Viendo por n-ésima vez la película El
Dictador, de Chaplín, sigo con mi idea de que las cosas no cambian en
el tiempo. Somos las personas, que nos vamos acomodando de una u otra forma y
aceptamos todo lo que nos caiga encima, porque “¡la vida es así!”
Dentro de ése tsunami arrollador que es
la conformidad , la inconsciencia colectiva acepta cualquier idea, por peregrina que sea. Para
ello, los profesionales de la manipulación tienen medios a su alcance más que
suficientes.
Así, uno puede –siendo mediocre-
rodearse de otros tantos como él, dispuestos a elevarle a las más altas
cúspides y a actuar a modo de barrera, de manera que todas las mareas de la
disconformidad (si es que surgen), rompan antes de alcanzarle. Puede suceder, también, que se elija a alguien ajeno al círculo; una “cabeza de turco” cuya única misión sea seguir las directrices que
se le transmiten, a fin de proporcionar a sus mentores cuantiosos beneficios, de los cuales alguna
migaja le llegará. También se puede seleccionar, entre la masa, a aquéllos cuya
personalidad esté bien definida y que no tengan inconveniente en actuar en
contra de sus iguales, siempre que les llegue su parte en el bocado. Y no hay que desdeñar esa parte de la masa,
oscura y gris, dispuesta a seguir cualquier consigna que se le indique, siempre
que la propuesta nazca de su líder; no hay que pensar, no hay que comprobar, no
hay que estudiar. Simplemente, hay que aplaudir.
Todo esto, aderezado con la sublime
razón individual de :”para qué voy a molestarme, nada cambiará”, lleva a
situaciones de desastre, asumibles tan sólo porque colectiva e individualmente se ha aceptado con naturalidad que “si ellos
roban, yo también” y se participa por acción u omisión, en el fraude y la
corrupción ignorando, estúpidamente, que “ellos” y “nosotros” no estamos
haciendo otra cosa que utilizar el mismo cajón, el de los impuestos, que ni son
del Estado, ni del Ayuntamiento, ni de la Comunidad; son tuyos, míos y,
“suyos”, naturalmente. Aunque hay una salvedad; mientras nosotros tal vez
tengamos la remota posibilidad de no pagar, solo “ellos” pueden meter mano en el cajón, porque tienen
la llave .
…Y se la hemos dado ¡¡¡nosotros!!!
Debemos ambiar la cerradura y, después que la llave no pueda ser utilizada sólo por unos pocos.
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