Dando cumplimiento a una de mis aficiones, caminar, con
frecuencia dirijo mis pasos hacia nuestro querido Benacantil, tantas veces
protagonista de fotografías. En todas
mis caminatas siempre enfoco la cámara a la “Cara del Moro”, que debe ser una
de las pocas cosas en la que estamos de acuerdo todos los alicantinos, hasta el
tripartito, que ya es decir.
Normalmente, la Cara del Moro es la fotografía que viene
a dar el punto final a mi caminata, por dos cuestiones: la principal, que me
gusta y viene a reafirmar mi deseo de seguir en esta ciudad, tan mal tratada
por ciudadanos y políticos; la segunda, porque con su visión se me quita el
sabor amargo que me produce comprobar cómo, día tras día, el símbolo que mejor
representa al monte Benacantil es el que marcan sus mal cuidados accesos, sus
muretas rotas, sus árboles abandonados, sus piedras desprendidas y, ¡cómo no!,
la lamentable huella con que algunos (bastantes, por desgracia) propietarios de
mascotas, nos recuerdan lo poco que a ellos les importa nuestra ciudad.
Cada cierto tiempo, la prensa se hace eco de las
declaraciones con que, desde el
Ayuntamiento de Alicante, se
proclaman a favor de que el
Castillo de Santa Bárbara, que ocupa la cima del Benacantil, sea declarado
Patrimonio de la Humanidad y uno, que se adhiere a ese interés, pero comprueba,
día tras día, que el interés de los regidores del Ayuntamiento no se refleja en
el estado del monte ni de la fortaleza, se pregunta si vive en la misma ciudad o
sus ojos están tan deteriorados que solo ve ruina y suciedad.
Hace demasiados años que los regidores de nuestro
Ayuntamiento, alérgicos, al parecer al mantenimiento de los bienes de la
ciudad, han permitido que estos se deterioren. El Castillo de Santa Bárbara, el
de San Fernando, el Parque del Palmeral, el Parque del Pau 5…son ejemplos del
abandono, que cualquiera puede comprobar, sin necesidad de ser un experto en
infraestructuras ni arquitecto. Me pregunto, ¿cómo queremos que sea Patrimonio de la Humanidad lo que ni siquiera cuidamos como Patrimonio Nuestro?
Cierto que hay cosas en las que el culpable directo es el
ciudadano que no actúa como tal, pero quienes tienen a su cargo el mandato de
ordenar, cuidar, mantener, informar, sancionar, deben cumplir con su obligación
y no lo hacen.
Si es que, en algún momento, llegaron a pensar que
gobernar la ciudad consiste en asistir a actos y recibir aplausos, está claro
que cometieron un error. Gobernar no es fácil y hay que estar dispuesto a tomar
medidas enérgicas cuando algo da señales de no funcionar adecuadamente. El no
hacerlo trae consecuencias de difícil solución que, de prolongarse, se
enquistan. Si hay dudas, fijémonos en “el botellón” y sus resultados.
Pero ese es un tema para otro día…
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