Navegando
entre la desidia y la prepotencia, el consistorio alicantino se dedica a los
ágapes y festejos, manteniendo (o mejor, abandonando) a la ciudad a su suerte.
Así,
ignorando los actos incívicos, los incumplimientos de las empresas contratadas
y la confianza recibida en las urnas, la
dejación de la obligación de
inspeccionar el estado de la ciudad es flagrante, sin que las peticiones,
sugerencias o reclamaciones de los ciudadanos encuentren eco entre las piedras
del edificio municipal, más acordes con un sepulcro, dado el silencio de los
políticos que lo ocupan.
La
ciudad se cae a pedazos sin que importe ni la belleza de su patrimonio
(reducido, lamentablemente, a escasas muestras) ni la seguridad de los
ciudadanos, que se ven obligados a transitar por aceras huérfanas de arbolado,
cuyos alcorques son trampas mortales y cuyo pavimento, merced a la escasa
calidad de los materiales y la no mejor de su colocación es, a menudo, un claro
impedimento para los viandantes.
Jardines,
parques, mobiliario urbano obsoletos, abandonados, rotos…calzadas llenas de
baches ; donde lo que no se ve queda, a menudo, oculto por la suciedad que no
se retira, para estímulo de quienes, no amando la ciudad abandonan enseres y
basura, conscientes de que no van a empeorar el aspecto de las deterioradas
calles.
La
ciudad es, hoy, merced a nuestros políticos, el último lugar donde querría un
alicantino residir, pese a sentirla como propia.
(Fotografías actuales tomadas en el Barrio de El Pla)
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