Cuando era adolescente fui protagonista de un hecho que no he podido olvidar, pese al transcurso del tiempo y que ha sido fundamental a lo largo de mi vida para distanciarme, aunque a veces con poco éxito, de un vicio social cuyo resultado considero tremendamente dañoso para la convivencia.
Mi amigo H, cuyo nombre ocultaré pues ha fallecido , y yo, nos incorporamos a una pandilla de nuestra edad ; todo transcurría con normalidad, hasta que mi amigo H tuvo la feliz idea de aparecer un día con un puñado de fotografías de mujeres desnudas y en actitudes un poco, digamos, “comprometidas”, que enseñó a varios de los integrantes del grupo. Apenas transcurridos unos minutos, mi amigo H y yo nos vimos sorprendidos por la actuación de los demás, que nos expulsaron sin aceptar ni las disculpas de mi amigo ni mis explicaciones acerca de mi ignorancia sobre su ocurrente idea. Habíamos sido, en un pis pas, juzgados, declarados culpables y condenados.
Seguramente allí nació el germen de mi rechazo a las actitudes de quienes, sin siquiera conocer los hechos, están dispuestos a condenar al otro, alimentados por la fuerza de la razón que ellos mismos se otorgan o que alimentan los medios de comunicación, hábiles no en la información, sino en la transmisión de opiniones más o menos tendenciosas en función de su propia afinidad ideológica.
Sobre esto reflexionaba hace unos días, cuando en una ceremonia religiosa a la que asistí, mi subconsciente estableció una comparación entre el Crucificado que presidía el acto y varios otros “crucificados” que se sentaban entre el público, condenados de antemano por hechos de los que no habían sido juzgados oficialmente, sino socialmente
Resulta incongruente que, cuando la Justicia establece la PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, por la cual es el contrario quien tiene la carga de la prueba, en nuestra sociedad prima la PRESUNCION DE CULPABILIDAD y el que es acusado ha de apañarse como pueda, luchando, de momento, con la opinión en su contra y sin disponer, no pocas veces, de argumentos en su defensa por encontrarse incluido en un sumario secreto cuyo contenido ignora.
Entre las varias cosas que tampoco entiendo es el cómo es posible que una información que se supone secreta y disponible sólo por el juez, se publique en un periódico. No entiendo tampoco ese afán generalizado de proclamar “la confianza en la justicia” para, a renglón seguido, cuando la sentencia no es la esperada, manifestar la absoluta discrepancia con el juez, los jurados, el fiscal o quien haga falta.
Me pregunto si estamos en un “Estado de Derecho” o, más bien ante un “Desecho de Estado”
Hay un problema en relación con la Justicia: que para serlo, además de justa ha de ser rápida.
ResponderEliminarSi la Justicia fuera rápida, se evitaría que la presunción de inocencia tuviera que sostenerse durante mucho tiempo, y, aquel que fuera inocente, no tuviera que sufrir el calvario al que se alude en el texto; por otra parte, y en caso de demostrarse la culpabilidad, la percepción, por parte de la Sociedad, de la Justicia se vería muy mejorada. No me gusta recordar todos aquellos casos que, por “haber prescrito”, no son castigados.
Por otra parte, ¿se puede esperar de esa Justicia, que se representa como una mujer con los ojos vendados, que sea totalmente justa, cuando observamos que, aquel que puede contar con un buen equipo de abogados, tiene una alta probabilidad de salir indemne, aunque sea tan o más culpable que aquel que debe conformarse con la asistencia de un abogado de oficio? Un buen equipo de abogados puede ser muy “habilidoso” utilizando cualquier posibilidad que la Ley le ofrezca, aunque el espíritu de esa Ley no sea la de ofrecer tal posibilidad.
Y, sobre todo, la Justicia debería de ser rápida en aquellos casos en que, el presunto mal, está hecho no sólo a un@s poc@s, sino a una gran mayoría. Esta rapidez posibilitaría que la gran mayoría pudiéramos observar que cuando alguien transgrede la Ley, el peso de ésta cae de forma rápida, con lo que toda suspicacia se evitaría y por supuesto “validaría” la presunción de inocencia y la confianza en la Justicia.
Y todo eso sin contar con el hecho de que, quienes detentan el poder político, es@s que se suponen que nos representan a tod@s, porque una parte de nosotr@s los hemos votado, es@s que deberían ser “primus inter pares”, quienes deberían demostrar que además de la libertad, la justicia es primordial para una sociedad sana, es@s son quienes “maniobran” para que nada “salga”, nada se evidencie, nadie se atreva siquiera a plantear el hecho de una posible ilegalidad. Úlltimos casos: a la directora general de Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana, se le plantea haber adjudicado contratos de forma irregular. Primera medida el empleado que lo plantea queda suspendido de empleo y sueldo. Funcionarios inspectores de la Unidad contra el fraude (que se ocupaban entre otros del caso Gurtel) quedan en expectativa de destino, su actual jefa, fue presidenta del Consejo Nacional de Valores, y que estuvo bajo el punto de mira por el caso Gestcartera.
Presunción de inocencia, sí, dentro de un sistema en que la inocencia sea efectiva, rápida, contundente y rotundamente defendida contra quienes no son inocentes.
Está claro que resulta insostenible un sistema en el que el ladrón de millones de euros tiene mas privilegios que el que roba una gallina.
ResponderEliminarGracias por tu comentario con el que estoy completamente de acuerdo