Me suelo acercar
mucho a ella. Me gusta tenerla al lado, sentir el roce de su piel, el aroma de
su cabello, que siempre me ha recordado al de esos melocotones de antes, que
uno sabía que eran buenos antes de probarlos, cuando todavía el agua de riego
no era una mezcla de contaminantes y cada fruta tenía su temporada y se sabía
donde se había cultivado. Muchas veces cuando duermo sueño con ella y cuando
estoy despierto la encuentro a mi lado, así es que disfruto dos veces de su
compañía, aunque mantengamos silencio. Yo con mi sudoku, ella con su lectura.
Si es cierto eso que se dice de que manteniendo activa la mente se disminuye el
riesgo de contraer Alzheimer, tenemos algunas posibilidades en nuestro favor.
A la broma a la
broma, como se suele decir, ya nos conocemos más de cincuenta años y hasta, con
un poco de suerte, a lo mejor llegamos a las bodas de oro, aunque mejor es no
planificar a largo plazo porque ya se sabe que “el hombre propone, Dios dispone
y…” bueno, yo creo que las cosas se descomponen sin que pongamos mucho interés
en ello. ¿A quién culpar? Así es la vida. ¿Por qué vamos a ser distintos de
otros seres vivos? Nacer, vivir y desarrollarse, morir…Si en el camino tenemos
la inmensa fortuna de encontrar compañía para el viaje y somos lo suficientemente
listos como para no espantarla, pues habrá tropiezos, accidentes, dolor y
lágrimas, pero siempre tendremos al lado la mano que nos ayude a recuperar el
equilibrio, mitigue el dolor o nos deje, simplemente, su pañuelo.
Nos empeñamos en
construir torres muy altas, pero somos incapaces de hacer los cimientos
adecuados. Tenemos tanta prisa en ocupar el edificio, que sólo miramos que haya
paredes y techo; puertas y ventanas para reservar la intimidad, pero no
reparamos si el firme es adecuado, si hemos excavado lo suficiente, si hemos
sido perfeccionistas a la hora de elegir los materiales. ¿Qué es más
importante? Tantos avances conseguidos hasta ahora, y todavía están en pie
obras hechas por nuestros antecesores, que son capaces de resistir mejor las
fuerzas de la naturaleza que las estructuras metálicas sofisticadas, obtenidas
gracias al auxilio de un potente programa informático.
¿Y si pusiéramos
el mismo empeño en las relaciones personales? Bueno, estoy divagando un poco,
pero las cosas son así. No voy a presumir de haber sido toda la vida un tipo
agradable y simpático, porque sería una mentira como una casa, pero he
aprendido a ir cambiando, a reconocer que es mucho mejor intentar llevarse bien
con los demás, cosa que no es fácil en ocasiones, pero que te produce la íntima
satisfacción de haber hecho el esfuerzo y te proporciona la suficiente dosis de
tranquilidad como para caer en la cama y respirar tranquilo, esperando el
sueño, sin que haya sobresaltos no una voz interior te diga :¡estúpido, has
desaprovechado la ocasión!
Ella tiene
muchos y buenos amigos. Más que yo, aunque bien cierto es que la mayoría de los
míos son gracias a su esfuerzo, porque he sido un poco descuidado en ese
aspecto. Se preocupa de llamar a unos y otros, se interesa por su salud, trata
a los nietos de los demás como si fueran propios y derrocha por todas partes
una especie de aura que hace que, cuantos hay a su alrededor, se encuentren
cómodos.
Seguramente será
por ella que sus amigas me aprecian, porque no me pongo ninguna de esas
lociones o desodorantes que, según los anuncios, hace que se lancen hacía ti
las mujeres. Aunque, la verdad, la única que me importa que esté dispuesta a
lanzarse es ella y, por ella, hago muchas cosas y otras no las hago. A veces le
doy algo sencillo, una simple hoja de papel en la que he escrito cuatro cosas y
lo aprecia. Seguramente porque nunca le ha gustado la ostentación y prefiere la
naturalidad, prefiere las simples y sencillas margaritas a otras flores más
llamativas. Así es ella.
Antes la quería,
pero luego caí en la cuenta de que querer es como pretender que algo sea tuyo.
Por eso prefiero amarla, ya que no me pertenece, aunque no sé calcular cuánto,
porque hasta que no llega el momento de la prueba ¿Quién es capaz de saber su
límite? Me conformo con intentar cada día que, cuando le robo un beso mientras
cocina o nos cruzamos por el pasillo, encuentre en el leve roce de esa caricia,
todo el calor que ella necesita para reconocer que la hoguera del amor sigue
encendida.
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