domingo, 12 de enero de 2014

ELLA




Me suelo acercar mucho a ella. Me gusta tenerla al lado, sentir el roce de su piel, el aroma de su cabello, que siempre me ha recordado al de esos melocotones de antes, que uno sabía que eran buenos antes de probarlos, cuando todavía el agua de riego no era una mezcla de contaminantes y cada fruta tenía su temporada y se sabía donde se había cultivado. Muchas veces cuando duermo sueño con ella y cuando estoy despierto la encuentro a mi lado, así es que disfruto dos veces de su compañía, aunque mantengamos silencio. Yo con mi sudoku, ella con su lectura. Si es cierto eso que se dice de que manteniendo activa la mente se disminuye el riesgo de contraer Alzheimer, tenemos algunas posibilidades en nuestro favor.
A la broma a la broma, como se suele decir, ya nos conocemos más de cincuenta años y hasta, con un poco de suerte, a lo mejor llegamos a las bodas de oro, aunque mejor es no planificar a largo plazo porque ya se sabe que “el hombre propone, Dios dispone y…” bueno, yo creo que las cosas se descomponen sin que pongamos mucho interés en ello. ¿A quién culpar? Así es la vida. ¿Por qué vamos a ser distintos de otros seres vivos? Nacer, vivir y desarrollarse, morir…Si en el camino tenemos la inmensa fortuna de encontrar compañía para el viaje y somos lo suficientemente listos como para no espantarla, pues habrá tropiezos, accidentes, dolor y lágrimas, pero siempre tendremos al lado la mano que nos ayude a recuperar el equilibrio, mitigue el dolor o nos deje, simplemente, su pañuelo.
Nos empeñamos en construir torres muy altas, pero somos incapaces de hacer los cimientos adecuados. Tenemos tanta prisa en ocupar el edificio, que sólo miramos que haya paredes y techo; puertas y ventanas para reservar la intimidad, pero no reparamos si el firme es adecuado, si hemos excavado lo suficiente, si hemos sido perfeccionistas a la hora de elegir los materiales. ¿Qué es más importante? Tantos avances conseguidos hasta ahora, y todavía están en pie obras hechas por nuestros antecesores, que son capaces de resistir mejor las fuerzas de la naturaleza que las estructuras metálicas sofisticadas, obtenidas gracias al auxilio de un potente programa informático.
¿Y si pusiéramos el mismo empeño en las relaciones personales? Bueno, estoy divagando un poco, pero las cosas son así. No voy a presumir de haber sido toda la vida un tipo agradable y simpático, porque sería una mentira como una casa, pero he aprendido a ir cambiando, a reconocer que es mucho mejor intentar llevarse bien con los demás, cosa que no es fácil en ocasiones, pero que te produce la íntima satisfacción de haber hecho el esfuerzo y te proporciona la suficiente dosis de tranquilidad como para caer en la cama y respirar tranquilo, esperando el sueño, sin que haya sobresaltos no una voz interior te diga :¡estúpido, has desaprovechado la ocasión!
Ella tiene muchos y buenos amigos. Más que yo, aunque bien cierto es que la mayoría de los míos son gracias a su esfuerzo, porque he sido un poco descuidado en ese aspecto. Se preocupa de llamar a unos y otros, se interesa por su salud, trata a los nietos de los demás como si fueran propios y derrocha por todas partes una especie de aura que hace que, cuantos hay a su alrededor, se encuentren cómodos.
Seguramente será por ella que sus amigas me aprecian, porque no me pongo ninguna de esas lociones o desodorantes que, según los anuncios, hace que se lancen hacía ti las mujeres. Aunque, la verdad, la única que me importa que esté dispuesta a lanzarse es ella y, por ella, hago muchas cosas y otras no las hago. A veces le doy algo sencillo, una simple hoja de papel en la que he escrito cuatro cosas y lo aprecia. Seguramente porque nunca le ha gustado la ostentación y prefiere la naturalidad, prefiere las simples y sencillas margaritas a otras flores más llamativas. Así es ella.
Antes la quería, pero luego caí en la cuenta de que querer es como pretender que algo sea tuyo. Por eso prefiero amarla, ya que no me pertenece, aunque no sé calcular cuánto, porque hasta que no llega el momento de la prueba ¿Quién es capaz de saber su límite? Me conformo con intentar cada día que, cuando le robo un beso mientras cocina o nos cruzamos por el pasillo, encuentre en el leve roce de esa caricia, todo el calor que ella necesita para reconocer que la hoguera del amor sigue encendida.


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