Seguramente más de uno
estará de vacaciones y habrá tenido la oportunidad, hoy, de levantarse un poco
más tarde, después de remolonear un poco entre sus calentitas sábanas. Luego
habrá desayunado en su cálido comedor o cocina, que la calefacción mantiene a agradable
temperatura. Quizá, incluso antes de desayunar haya ido a comprar una docena de
churros, bien calentitos, para “remojarlos” en un chocolate que está casi
hirviendo.
Tal vez, al pasar por la
Avda. de Padre Esplá, en Alicante, habrá pasado junto a dos indigentes que, en
portales próximos y sobre un “mullido” colchón de mármol, se arropan entre los
cartones que protegían un televisor led de “potrocientas pulgadas” o un
frigorífico triple A.
¿Se habrá percatado de
que, entre esos embozos de ropas y cartones hay dos personas? o, simplemente, no ha querido ni mirar o,
peor aún, le ha importado un pito.
Pero estamos en Año
Nuevo. Aún con el estómago un poco quejoso porque cena, uvas, brindis…era
demasiado para el cuerpo.
Y nos hemos deseado Feliz
Año Nuevo. Me gustaría creer que este nuevo año será mejor que el anterior y
que, cuando finalice, esas dos personas y tantas otras que están en similares
circunstancias, habrán encontrado la puerta que les permite abandonar tan inhóspita
y precaria vivienda.
Seguro que, con tan pocas
horas transcurridas ya hemos escuchado a los “padres de la patria” un montón de
promesas, presupuestos, actuaciones de gran envergadura…Por supuesto no habrán
recordado a estas dos personas, porque forman parte de la “microeconomía” y
ellos solo se acuerdan de la otra que es, al fin y al cabo, la que llena sus
bolsillos y les permite viajar en primera clase y percibir por una comida la
dieta capaz de mantener un mes a una familia.
Quizá, otra vez quizá, se
den cuenta de que estamos en año electoral y alguien les diga que deben caminar
por la calle y saludar a las personas. Bueno, a estas dos, no. De ninguna
manera, no sea que se les “pegue” alguna pulga o vaya usted a saber qué
enfermedad de esas que lleva aparejada la miseria. Saludarán en los mercados,
en las ferias y se les llenará la boca de todo tipo de promesas, porque siempre
podrán justificar su incumplimiento con razones de peso. Y siempre encontrarán, entre sus "palmeros" el suficiente apoyo para continuar, porque no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
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