La
Real Academia de la Lengua Española ofrece una definición de “fatalismo” que me parece interesante y
que, seguramente, dará pie para cuanto viene después. Según la RAE, fatalismo es (sic): “Actitud o tendencia a aceptar los
acontecimientos que afectan a uno como inevitables, SIN INTENTAR MODIFICARLOS”.
La
crisis monetaria es tan, solo, la parte visible de un enorme problema, al que
hemos llegado transitando por el camino fácil de olvidar cuanto han significado
en otras épocas conceptos como, por citar algunos, afán de perfección, o excelencia. Cuando
hemos decidido que con que las cosas funcionen es más que suficiente; cuando
hemos provocado, mediante la compra compulsiva de montones de cosas la
insostenibilidad del sistema medioambiental; cuando hemos permitido eso que se
ha dado en llamar “obsolescencia
programada”, que no es otra cosa que
el fraude global de quienes fabrican productos a los que, de antemano, se ha
fijado una fecha de caducidad, bien incorporando materiales de baja calidad,
bien añadiendo a la “memoria” de sus circuitos internos la programación capaz
de activar su muerte(mejor, suicidio) prematura.
Pero
hay más; vivimos en sociedad y nos maravillamos de lo inteligentes que somos al
crear sistemas de gobierno en los que las personas elegidas tienen la misión de
preocuparse de la administración de
bienes y servicios creados por el resto de la población. Luego, advertimos con
decepción, sorpresa y rabia, que nuestro sistema político y nuestros políticos
tienen más lagunas que el argumento de la serie de sobremesa “Amar en tiempos revueltos”; que
nuestros administradores se han dedicado bien a enriquecerse personalmente,
bien a hacer poderosos a los partidos de que forman parte, bien simple y
llanamente a derrochar el fruto de nuestros esfuerzos. Sabiamente, eso sí, se
ocultan tras sus máscaras de porcelana, impasibles, como jugadores de póker,
mientras con absoluta desfachatez intentan convencernos de que cuanto sucede es
por culpa de los salarios altos, las pensiones, la productividad o el elevado
coste de la Sanidad. Son tan hábiles que socializan las pérdidas ocasionadas
por su pésima gestión, pero en ningún momento han tenido el detalle de
socializar los beneficios. Con una buena excusa, cierto es, “hay que generar riqueza para cuando vengan
malos tiempos”.
Obviamente no voy a incurrir en el error
de incluir a “todos” los políticos en
este saco, de la misma manera que también hay muchos ciudadanos responsables,
pues de otro modo no me cabe duda de que la situación sería todavía peor, que
no es poco.
Por
muchos esfuerzos que hagamos en mirar hacia otro lado, en cualquiera de los
puntos cardinales de nuestra geografía patria podemos encontrar: aeropuertos
sin autorización administrativa, tan vacíos como esas líneas de ferrocarril que
ha habido que suprimir; obras con sobrecostes varias veces superiores al valor
de la adjudicación; contratas municipales en las que las pérdidas originadas
por la explotación son asumidas por los ciudadanos a través de la Administración
Pública, aunque no se trate de un servicio público de primera necesidad,
mientras los beneficios son exclusivos del adjudicatario. Podemos hablar
también sobre los sobresueldos de los políticos y de altos ex cargos por su
pertenencia a consejos de administración de empresas o fundaciones públicas. Cada
uno que ponga su ejemplo más próximo.
Habrá
quien diga que eran otros tiempos, que había mucha riqueza. ¿Significa eso que
el disponer de algo en abundancia justifica que se malgaste? Podríamos polemizar
sobre ello, pero no es necesario. Basta con que pasemos la vista por algunas de
las últimas actuaciones de nuestros dirigentes. La justificación al gasto
realizado para perpetuar la memoria de los insignes ex presidentes del Congreso
Srs. Bono y Marín, que fue autorizado por la Mesa del Congreso queda resumida
en una sola frase que nos da idea de cuál es el pensamiento dominante entre
nuestros dirigentes:” es más importante
la tradición que el precio” y,
mientras, torpedos directos a la línea de flotación del Sistema Educativo, del
Sanitario, de las Pensiones.
Cuando,
algún día pase ( si es que pasa) que se acaben las penurias, ¿quedará algún
talento en nuestro país o se habrán ido a Alemania (que ,casualmente ,es uno de
los que ha insistido en apretarnos las tuercas), Inglaterra, Estados Unidos, etc.?
¿Cuántos enfermos habrán quedado en el
camino mientras esperan su turno en esas interminables listas?
Si
fuera fatalista aceptaría aquello de “tenemos
lo que nos merecemos”. Pero no lo soy; creo que se pueden cambiar las
cosas. Pero para eso es absolutamente imprescindible que todos queramos
participar y que a todos nos importe lo que suceda. Como bien expresa el
grafiti cuya foto acompaña este artículo: “si no tú, ¿quién? si no ahora, ¿cuándo?
Y añadiría al texto del grafiti: "¿Si tú no eres capaz de preocuparte por lo tuyo, esperas que otro lo haga?"
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