A menudo, a través de los medios de comunicación social,
expreso mis críticas sobre aspectos de nuestra ciudad, Alicante, con los que no
estoy satisfecho y en los que advierto síntomas de “mal crónico” al haber
podido constatar que no son situaciones esporádicas y puntuales, antes al
contrario, se reproducen de modo continuo pese a que, teóricamente, existen
suficientes mecanismos de inspección como para poder ser corregidos a tiempo y
evitar, así, dar una mala imagen de la ciudad.
No por el hecho de ser cierto que buena parte de los
problemas derivan del escaso nivel de conciencia social que demuestran algunos
ciudadanos es menos cierto que con políticas de formación, aconsejando o, en
último término, sancionando se pueden paliar sus efectos. Para ello hace falta
una implicación total de quienes dirigen la administración y, también, de los
ciudadanos que no incumplen las normas, pero asisten impasibles a las
actuaciones de quienes se comportan incívicamente.
No es infrecuente el que aparezcan comentarios de
ciudadanos a los que molestan las críticas alegando que generan una mala imagen
de la ciudad. ¡Como si no fuera difícil, ya, empeorarla!
Así, entre la desidia de quien debería gobernar y no lo
hace, favoreciendo el que se genere un clima de relajación en el cumplimiento
de las normas, el silencio de los que opinan que “no sirve para nada protestar”
, la actuación culpable de los incívicos y la inacción de quien debe asumir las
tareas para las que ha sido contratado, la ciudad dista mucho de ser “GUAPA,
GUAPA, GUAPA” ofreciendo, no pocas veces
y en no pocos lugares, síntomas de degradación alarmantes, que pueden propiciar
el éxodo de los vecinos con el consiguiente riesgo de hacer más progresiva
dicha degradación.
Uno tiene, a veces, la tentación de sucumbir ante tanta
indiferencia y apartarse; dejar que todo siga rodando por la pendiente hasta
que la situación reviente por algún
lado. Solo la seguridad de que hay que seguir en la defensa de los
intereses de todos,( incluso los de quienes permanecen impasibles ) porque es una obligación ciudadana y ofrece
como satisfacción la del deber cumplido, hace que colectivos e individuos de la
ciudad sigamos adelante, confiando en que algo cambie, porque hay otro modo de
hacer las cosas.
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