Recuerdo muy bien que,
hace años, mi esposa y yo tuvimos intención de comprar un chalet o un
apartamento. A tal fin estuvimos visitando durante un par de semanas diversas
promociones de edificación.
La situación que se nos presentaba
era siempre la misma. Una parcela más o menos grande, con aspecto de que había
sido limpiada de vegetación recientemente, varias estacas clavadas en distintas
zonas de la superficie, en algunos casos líneas marcadas con yeso sobre la
tierra y una caseta de información.
En todas partes se nos
trataba con amabilidad, se nos enseñaban los planos y, en ocasiones, nos
entregaban un folleto en el que la letra pequeña, casi ilegible, dejaba claro
que la realidad podría no coincidir “exactamente” con el contenido del citado
folleto.
Por supuesto que ofrecían
financiación 100% y decían que no había ningún problema si iniciada la
construcción decidíamos desistir. Además, las cantidades entregadas a cuenta
estaban garantizadas. Que tenían los compradores “en cola”. De hecho, en todas,
absolutamente en todas, las promociones solo quedaban este o aquél piso o este
o aquel chalet o bungalow y “deben darse Vds. prisa en decidir, porque nos los
quitan de las manos” decían de modo convincente los vendedores.
Hicimos números, vimos
que aquello era un despropósito y decidimos quedarnos como estábamos. Cuando
estalló la burbuja, algunas de las promociones que visitamos anteriormente se
quedaron en el esqueleto de hormigón del edificio y una hormigonera, una grúa
o, tal vez, un silo de áridos. Materiales de construcción abandonados y
vegetación en estado salvaje eran los únicos habitantes.
He de reconocer que
suspiramos aliviados al sentirnos a salvo de aquella catástrofe y tanto mi
esposa como yo recordamos cómo habíamos hablado, supongo que como cualquier
otra persona sensata, del exceso de aquella “furia constructiva y compradora”.
Muchos son los que,
actualmente, afirman con seguridad que “la burbuja inmobiliaria” no se repetirá,
que está todo muy controlado. Soy escéptico ante esa afirmación y quisiera que
la realidad me demostrara que estoy equivocado.
Pero, ¿cómo voy a cambiar
de opinión, si hoy mismo, en la Playa de San Juan, contemplo una parcela del
tamaño de un campo de futbol o más, todavía sin desbrozar, con una caseta de
información en la que se indica “PROMOCIÓN VENDIDA 100%”?
Y no es todo; en las
proximidades las altas grúas en movimiento y el ajetreo de los operarios ponen
de manifiesto un repunte en la construcción.
¿Nuestros políticos están
teniendo algún tipo de control sobre este tema?
Ya vimos, el interés en
salvar a los bancos durante la última crisis, pese a su grave participación en
la misma, en contraposición a las personas, víctimas de la voracidad
financiera. ¿Debemos prepararnos para lo mismo?
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