Un dicho,
que no se utiliza mucho actualmente, conviene en que “Cada vez que habla, sube
el pan”. Era una forma de decir que las afirmaciones de alguien daban lugar a
problemas para los demás.
Hoy,
el pan sube sin necesidad de que nadie hable y quizá, también,
por el silencio de quien debiera hablar para impedirlo, pero este
“quien” siempre es un político y los políticos, en general, manejan acrobáticamente
y con total descaro algo que han llamado “programa” que no es más que una serie
de ficciones, alguna tal vez realizable, que han sido concebidas por un grupo
mínimo de personas (los idearios) que no tienen el menor reparo en utilizar la
ley del embudo para hacerlas tragar al resto de ciudadanos.
El
pan, como buena parte de los alimentos, cuesta poco, pero se vende por mucho,
aunque, generalmente, el que paga ese mucho es el comprador, el que cobra menos
es el productor y el que “se forra” es el intermediario.
En
la política viene a suceder algo así. Si consideramos la nación como un
mercado, nosotros, los productores cobramos poco, los políticos bastantes más y
los intermediarios, que son los que empujan a los políticos para que procuren
que cobremos poco, son quienes se llevan la tajada.
Esos
que empujan a los políticos comen poco pan y, si lo hacen, es porque, además de
sacar el jugo a los demás (incluidos los políticos), también les gusta “rebañar”
el plato para dejarlo limpio.
Los
que intentamos comer pan nos las vemos y deseamos para encontrar alguno que sea
comestible y no una versión rápida de la suela de alpargata barata, que cuando
está caliente es relativamente blanda y flexible pero que, cuando se enfría, ya
es otro cantar.
Seguramente,
previendo esto de ahora, se inventó aquello de “al pan pan y, al vino, vino”.
Aunque hay más de uno que “vino, afanó y se largó “quizá porque hizo su propia
versión de “No sólo de pan vive el hombre…”, olvidando que “No hay pan para
tanto chorizo”.
Pero,
en fin, habrá más días (espero) para hablar de esto…
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