viernes, 13 de abril de 2018

CIVILIZACIÓN




            Según se dice, una sociedad muestra su grado de civilización por el cuidado que presta a los animales. Seguramente así debe ser ahora, cuando se aplican a los que utilizamos en nuestra alimentación métodos de sacrificio presuntamente menos dolorosos que los de antaño, aunque temo que nadie ha consultado a estos seres para pedirles su opinión.
            En el edificio donde vivo, un nuevo inquilino ha decidido compartir su vida con un perro, no con los vecinos. Si su amor hacia el animal no parece tener mucha compatibilidad con sus esfuerzos por mantenerlo en condiciones de higiene, ésto, lógicamente, ha tenido sus consecuencias en forma de malos olores, suciedad, problemas de índole sanitaria, etc. que han afectado a la tranquila convivencia de otras épocas.
            Los vecinos, hartos de que las peticiones educadamente llevadas a cabo carecieran de la correspondiente respuesta del individuo en cuestión, procedimos a denunciar la situación en Sanidad y Maltrato Animal.
            Sorprendentemente, quienes se ocupan de la protección animal han acudido tres veces en el espacio de un mes a comprobar la situación del mismo, en tanto que nadie ha venido a preocuparse por los problemas que sufren los vecinos ante la falta de cuidado e higiene del perro.
            Uno no entiende, pese a su amor hacia los animales, que tenga preferencia la situación del animal (recordemos que es irracional) con referencia a las personas (recordemos que también son animales, aunque racionales) y llega a cuestionarse si eso de la “civilización” implica estos comportamientos.
            Resulta decepcionante para los ciudadanos que cumplen con sus obligaciones como tales, comprobar como son considerados como “de segunda” con relación, en este caso, con el perro aludido.
            Uno entiende, tras esta situación, el escaso interés de nuestras autoridades municipales en sancionar a quienes ya en la vía pública, ya en jardines o en las esquinas de los edificios, miran amorosamente a sus perros, mientras depositan sus excreciones en cualquier parte.
            Así tenemos una ciudad digna de quienes la gobiernan, pero no la merecida por tantos y tantos ciudadanos que no se ven atendidos por las malas prácticas de determinados propietarios de perros cuya idea de “cuidarlos” no trasciende más allá de proporcionarles la comida.
           
           

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