Según
se dice, una sociedad muestra su grado de civilización por el cuidado que
presta a los animales. Seguramente así debe ser ahora, cuando se aplican a los
que utilizamos en nuestra alimentación métodos de sacrificio presuntamente
menos dolorosos que los de antaño, aunque temo que nadie ha consultado a estos
seres para pedirles su opinión.
En el
edificio donde vivo, un nuevo inquilino ha decidido compartir su vida con un
perro, no con los vecinos. Si su amor hacia el animal no parece tener mucha
compatibilidad con sus esfuerzos por mantenerlo en condiciones de higiene, ésto,
lógicamente, ha tenido sus consecuencias en forma de malos olores, suciedad, problemas
de índole sanitaria, etc. que han afectado a la tranquila convivencia de otras
épocas.
Los
vecinos, hartos de que las peticiones educadamente llevadas a cabo carecieran
de la correspondiente respuesta del individuo en cuestión, procedimos a
denunciar la situación en Sanidad y Maltrato Animal.
Sorprendentemente,
quienes se ocupan de la protección animal han acudido tres veces en el espacio
de un mes a comprobar la situación del mismo, en tanto que nadie ha venido a
preocuparse por los problemas que sufren los vecinos ante la falta de cuidado e
higiene del perro.
Uno
no entiende, pese a su amor hacia los animales, que tenga preferencia la
situación del animal (recordemos que es irracional) con referencia a las
personas (recordemos que también son animales, aunque racionales) y llega a
cuestionarse si eso de la “civilización” implica estos comportamientos.
Resulta
decepcionante para los ciudadanos que cumplen con sus obligaciones como tales,
comprobar como son considerados como “de segunda” con relación, en este caso,
con el perro aludido.
Uno
entiende, tras esta situación, el escaso interés de nuestras autoridades
municipales en sancionar a quienes ya en la vía pública, ya en jardines o en
las esquinas de los edificios, miran amorosamente a sus perros, mientras
depositan sus excreciones en cualquier parte.
Así
tenemos una ciudad digna de quienes la gobiernan, pero no la merecida por
tantos y tantos ciudadanos que no se ven atendidos por las malas prácticas de determinados
propietarios de perros cuya idea de “cuidarlos” no trasciende más allá de
proporcionarles la comida.
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