Como
muchos de los vecinos del barrio donde vivo, asisto a clase en la cercana
Escuela de Formación Permanente de Adultos Giner de los Rios. Como yo, también
asisten un número muy elevado de personas de diversas edades, unos con el
objetivo simple y llano de ocupar su tiempo en alguno de los talleres
prácticos, otros para retomar aquéllos estudios que, en su día abandonaron
porque era más “beneficioso” ponerse a trabajar en cualquiera de los múltiples
trabajos que la burbuja ayudó a crear, otros porque quieren seguir aprendiendo
cosas, haciendo bueno aquello de “el saber no ocupa lugar”.
Todos
ellos, unos y otros, cualquiera que sea el motivo que les haya inducido a
formar parte de dicha Escuela, se merecen el respeto de la sociedad. Los que
aprenden por necesidad porque la formación les proporcionará herramientas para
gestionar mejor su futuro; los que aprenden porque les gusta porque verán saciada
su sed de conocimientos; los que van a pasar el rato porque es lo mejor que se
puede hacer para cubrir el tiempo de ocio.
Los
profesores no son menos dignos de respeto que los alumnos, porque sin ellos no
sería posible la formación. Ellos representan la posibilidad de que los
conocimientos se vayan trasmitiendo y ayudan a las personas a saber interpretar
cuanto les rodea.
Estoy
seguro de que entre los alumnos y también entre los profesores hay ateos,
agnósticos, cristianos, musulmanes, budistas, republicanos, socialistas,
monárquicos, de izquierda, de derecha, de centro…de cualquier creencia
religiosa o idea política y también de cualquier color de piel. Todos son,
somos, personas. Hay quienes no tienen idea clara de lo que son y quieren
saberlo. Los hay a quienes no les importa nada y lo dejan todo en manos de los
otros. Pero en ningún momento generan situaciones de crispación y cada uno se
dedica a lo suyo: los profesores a enseñar en la medida que su habilidad y
conocimientos se lo permiten y nosotros, los alumnos, a aprender, que para eso
estamos en la Escuela.
Además,
me pregunto, como mi buen amigo Paco, ¿Qué es la derecha y qué la diferencia de
la izquierda? ¿Por qué tenemos que etiquetar a las personas, como si fueran
mercancías? Si admitimos que estamos en un estado de derecho, una democracia,
la palabra es el instrumento que debemos utilizar hasta las últimas
consecuencias. Por otra parte, al menos en España, la conducta de buen número
de ciudadanos , se dediquen o no a la política activa, es tan indefinible que resultaría un trabajo ímprobo e
improductivo el intentar asignarlos a una determinada idea. Basta con estar
atento a las noticias de cada día para ver cómo renuncian a sus “ideas” siempre
que ello repercuta en su propio beneficio.
Bueno,
pues volviendo al hilo de lo que venía contando. Seguramente estoy muy
“cabreado” porque se meten con la Escuela. Y no me refiero ahora al Ministro
Wert; no. Me refiero a esos indefinibles individuos que toman las paredes de la
Escuela, de mi Escuela como si fuera
papel higiénico y dejan allí la mierda de sus consignas de exclusión,
ajenos a la posibilidad de encontrar fórmulas de diálogo que nos permitan expresar
con respeto las ideas, porque son las ideas los engranajes que mueven el mundo.
Aunque parece ser que no el suyo, porque no han asimilado, aunque estoy seguro
de que han tenido posibilidades de hacerlo, la suficiente formación como para
que su cerebro, bien engrasado por la ciencia y las letras, les haga comprender
que el mundo no se acaba entre las cuatro paredes de su ignorancia. Esa que
demuestran con sus pintadas y que les identifica como los ignorantes que son.
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