En la vida se cumple, no pocas veces, la
reunión de circunstancias que solemos llamar coincidencia. No estoy muy seguro
de que eso se deba a una mera casualidad, a esa cosa que algunos se empeñan en
asignar a los “hados del destino”.
Creo, más bien, que somos nosotros, la
especie humana, quienes fijamos los detalles para que tenga lugar esa situación
concreta y luego inventamos las excusas para poder “escaquearnos” de la parte
de responsabilidad que nos corresponde.
Si nos fijamos en la situación social y
pensamos un poco veremos que hemos metido, como suele decirse, en el mismo
gallinero a las aves y al zorro. ¿Cómo, si no, se explica que buena parte de
los actores de la tragedia sean ahora los directores de la función?
Me niego a creer que, precisamente éstos,
sean los únicos que pueden resolver los problemas. Aunque…ahora mismo me viene
a la mente un compañero de trabajo que tuve en una ocasión, cuya habilidad para
crear problemas de apariencia grave sin que nadie se apercibiera tan sólo era superada por su extraordinaria
capacidad para demostrar que era el único capaz de resolverlos. Y así era, en
efecto. Nada del otro mundo, cuando-con el tiempo-uno se da cuenta de que quien
crea el problema es quien tiene las claves de su solución.
Hace unos días, en uno de esos largos
paseos que inicio, generalmente, a hora temprana, cuando el sol todavía está
pensando si asoma por el horizonte y la gente con quien me cruzo parece estar
compitiendo en un concurso de bostezos, en un lateral de la carretera vi un
grupo de carteles a los que no presté excesiva atención. Más, cuando los tuve
tan cerca como para apreciar su contenido caí en la cuenta, tal vez volviendo
al pensamiento del zorro y las gallinas, de que, apuntando en la misma
dirección, uno de ellos anunciaba un Santuario de Animales Salvajes y otro,
próximo, dirigía hacia un restaurante de nombre “El Cazador”. ¿Casualidad? No sé,
no sé…
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