La
palabra, como la luz, no se ha hecho para tenerla encerrada, sino para llegar a
la verdad a través de la comunicación, del diálogo sencillo y respetuoso. Si
siendo honestos callamos, estamos encerrando en la prisión de nuestra boca la
posibilidad de que la verdad fluya y , así, nos convertimos en cómplices de la
realidad que nos circunda.
Podemos
callar de muchas formas. Con el simple silencio, con el aplauso a la mentira,
con el asentimiento a los hechos…Todas ellas son formas de impedir el conocimiento,
la cultura, el desarrollo, el diálogo que –tal vez- nos permitiría llegar a un
punto de encuentro que hiciera posible superar las divergencias. Pero resulta difícil,
se dirá en no pocas ocasiones, el establecer la comunicación, máxime si alguno
de los interlocutores está encerrado en la concha de su ego que le impide,
siquiera, escuchar lo que dice el otro, interpretando-erróneamente-que el hecho
de escuchar al oponente (que no tiene por qué ser enemigo) supone el bajar del
pedestal y ceder parte del poder. Mas, ¿acaso hay alguna manera de dialogar si
no es que el fuerte se rebaje al nivel del débil, puesto que este último
siempre escuchará al primero, aunque solo sea por la cuenta que le tiene?.
El
silencio coarta la libertad, sobre todo cuando es impuesto. Y denota la extrema
debilidad de argumentos de quien lo impone. Aunque siempre esgrima
circunstancias que lo exigen como: la seguridad, el beneficio común, el orden
público, la situación de crisis…
La
palabra sirve para decir cosas tan bellas como las que nos comunica el poeta
salvadoreño Alfredo Espino en su poema “Ascensión”:
"¡Dos alas! ¿Quién tuviera dos
alas para el vuelo?
Esta tarde en la cumbre casi las he
tenido
y con el loco deseo de haberlas
extendido
¡sobre aquel mar dormido que parecía
un cielo!."
Es
la palabra símbolo de paz, de libertad, cuando nace del sentimiento noble, del respeto, como
ésa paloma tantas veces encerrada a la que impedimos llegar al cielo cercándola
con los barrotes de una cárcel que no podrá, jamás, evitar que exista el inmenso y azul cielo , aunque a veces nuboso,
que hay sobre nuestras cabezas.
La
palabra es participación, es deseo de diálogo, de comunicación. Hoy,
lamentablemente, es más fácil escuchar órdenes y consignas que relacionarse.
Quien tiene el poder cree que lo tiene todo y, por tanto, no necesita nada.
Así, hoy vemos cercenado nuestro derecho a la Participación Ciudadana, mientras
nos vemos obligados a aceptar las obligaciones que dicha ciudadanía conlleva.
Uno
de los últimos ejemplos es lo sucedido con nuestra Plaza de Pio XII en la que,
haciendo caso omiso a los vecinos, la Concejalía de Imagen Urbana se ha
empeñado en imponer un diseño que parece surgido de una mente bajo los efectos
de un alucinógeno. Quizá como prueba de la coacción a la libertad, hasta la
escultura de la paloma, tan simbólica, permanece rodeada de una jaula de malla,
tal vez porque si se la quitaran preferiría alzar el vuelo y dirigirse hacia
otros horizontes, donde es posible el diálogo honesto, el respeto;
independientemente de las propias ideas que, aún siendo divergentes no tienen
por qué llevarnos al desencuentro.
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