Soñé que vivía en Alicante, una acogedora ciudad a
orillas del Mediterráneo. Un día paseaba por sus calles, extrañado del
contraste entre los mustios y mal cuidados jardines y la exuberante vegetación
que, tanto en forma de pequeñas hierbas como arbustos, crecía por doquier ya
entre las losas de las aceras, ya junto a sus bordillos.
Muchos árboles languidecían en sus alcorques que, a
menudo habían sido cegados con cemento o ladrillos, cuando no estaban ocupados
por tocones talados a ras del suelo, como ofreciendo muestra de algo que hubo y
se dejó morir.
Yo caminaba en dirección al centro de la ciudad. Me
extrañó la profusión de obras y el constante ajetreo de trabajadores que se
afanaban en arrancar raíces del suelo en un quehacer sin término, dada la enorme
cantidad de estas que surgían de cualquier grieta o agujero.
A medida que me aproximaba al Ayuntamiento pude
comprobar que las raíces eran más gruesas y aparecían en mayor cantidad. En
algunos casos ascendían por las paredes de los edificios, hasta alcanzar sus
terrazas.
Frente al Ayuntamiento, bomberos e ingenieros ayudados
de maquinaria pesada intentaban en vano deshacer la maraña de raíces que todo
lo ocupaba y que recorría la fachada del edificio convergiendo en un balcón
que, según uno de los bomberos, correspondía al despacho del primer regidor.
Yo me preguntaba qué extraña fuerza movía a las
raíces, siempre tan ocultas, cuando vi, asombrado, que algunas de ellas, a modo
de garras retorcidas y siniestras, se movían rápidamente intentando atravesar
la puerta del balcón de aquél despacho.
Como un rayo, un pensamiento atravesó mi mente. "
¡Las raíces buscaban al alcalde!".
Me dirigí corriendo hacia la puerta de entrada mientras gritaba: “el alcalde, el alcalde". Los agentes de seguridad intentaron detenerme, pero los derribé y corrí, subiendo raudo por las escaleras mientras sentía tras de mí sus gritos conminándome a detenerme y el ruido de sus pesadas botas resonando sobre las losas.
Me dirigí corriendo hacia la puerta de entrada mientras gritaba: “el alcalde, el alcalde". Los agentes de seguridad intentaron detenerme, pero los derribé y corrí, subiendo raudo por las escaleras mientras sentía tras de mí sus gritos conminándome a detenerme y el ruido de sus pesadas botas resonando sobre las losas.
Cuando llegué a la puerta del despacho del alcalde las raíces entraban y salían de ella ,atravesando sus resquicios. Agarré firmemente el tirador de la puerta, pero esta no se movió.
Me agaché para observar por el ojo de la cerradura. Una persona, que supuse era el alcalde, ya que no pude ver su rostro enmascarado en una maraña de raíces, se debatía entre éstas mientras algunas de ellas atenazaban su mano derecha, que sujetaba firmemente una pluma estilográfica.
No pude ver más. Sentí que una fuerza imparable me apartaba, mientras recibía un golpe en la cabeza.
Ignoro cuánto tiempo transcurrió. Cuando abrí los ojos estaba en una habitación blanca, cuya puerta se abrió en aquél momento, dando paso a un hombre con bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello.
"Soy el Doctor Suarez” dijo. “Ha tenido suerte, un agente de
seguridad lo apartó cuando un trozo de techo, empujado por raíces, le cayó
encima, aunque no pudo evitar que le golpeara en la cabeza. Desde entonces está
Vd. aquí, en el hospital”.
Días después me dieron el alta. Corrí a casa. Conecté febrilmente mi portátil y busqué noticias que me dieran luz sobre aquéllos terribles sucesos.
Miles de referencias hablaban de extraña mutación en árboles que había hecho crecer de manera exponencial sus raíces y que cesó súbitamente sin que se hubiera encontrado una explicación lógica. Se especulaba con la desaparición del alcalde, del que únicamente se encontró la pluma estilográfica, depositada en su maltrecha mesa junto a un bando municipal, que quedó sin firmar, en el que se informaba a los ciudadanos la decisión del gobierno municipal de proceder a talar todos los árboles de la ciudad y cegar los alcorques.
Seguí buscando en Internet. Las
referencias a Alicante eran abrumadoras. Reportajes de sus calles con
espléndidos y bien cuidados jardines. Aceras con árboles perfectamente podados
y los alcorques protegidos para impedir caídas accidentales. ¡No podía creerlo!
Era un sueño de ciudad.
Noté que me zarandeaban y escuché
la voz de mi esposa:" ¡despierta, despierta, estás soñando!". Cuando
abrí los ojos estaba reclinado en el sofá de mi casa y un documental presentaba
imágenes de una selva de Indonesia en la que edificaciones antiguas rodeadas de
raíces por todas partes parecían estar siendo tragadas por la vegetación.
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