El
mercadillo que, jueves y sábados, se instala en unas calles próximas, permite
al vecindario realizar compra de verduras, hortalizas, objetos para el hogar y
un sinfín de productos que, a precio más reducido que en el supermercado o las
escasas tiendas de ultramarinos que aún quedan, se traduce en un pequeño ahorro
que no viene mal y es que, ¡hay que mirar el céntimo!.
No
es, sin embargo, eso lo mejor del mercadillo, aunque no sea desdeñable. Es su
propia estampa, los personajes que se reúnen, la actividad, el bullicio…lo que
hacen de él un lugar único donde observar, curiosear, escuchar, grabar escenas.
Es,
hoy, un día más de tantos, aunque el fuerte y racheado viento sea un poco
molesto y provoque remolinos en los que bolsas de plástico y papeles pugnen por
aferrarse a las piernas de los viandantes. También hoy está aquél enorme furgón
que acostumbra a aparcar sobre la acera impidiendo el normal tránsito de los
peatones, mientras la policía local hace su ronda sin prestarle atención
charlando animadamente, mirando al infinito. Comentando, quizá, el próximo
partido de fútbol, tal vez las
vacaciones pasadas.
Apenas
unos metros más allá, varios hombres de etnia gitana mantienen, al sol, una
alegre cháchara mientras se deleitan con las volutas de humo de sus cigarrillos
y observan, disimuladamente, el trayecto de los policías. Sus mujeres, en tanto,
exponen la mercancía sobre cajas de cartón o mantas extendidas en el suelo. La
oferta es variada: desde cosméticos a ropa interior, zapatos de deporte…Algunos
inmigrantes de aspecto latino o africano exponen también sus bolsos, discos de
música o películas, sin mucho éxito.
Hay,
en el bullicio de la gente una vitalidad y alegría que hacen, al observador,
abstraerse de todo lo demás. Simplemente mira y absorbe todo cuanto le rodea,
como si fuera el propio aire que se precisa para la vida. Quizá sea así, porque
¿cómo si no podría la imaginación alimentarse?.
No
siempre es posible ser testigo de escenas de picaresca. Hoy, en cambio, y tal
vez para compensar, he sido protagonista cuando, en las proximidades del furgón
mal aparcado, una señora de buena apariencia que sujeta un carro de la compra
aparentemente lleno, se dirige a mí cuando paso a su lado diciendo ,mientras me
invita a mirar su bolso, que está abierto:”Ya
ve, me han abierto el bolso y robado el monedero .¿Puede prestarme 80 céntimos
para que coja el autobús?.Es que, vivo cerca del Corte Inglés y voy tan
cargada”. Seguramente la frecuencia con que se producen estas situaciones es
la que hace que uno esté sobre aviso. La
miro a los ojos y, simplemente, digo: “¡Vaya!”
Varias
personas que han observado la escena, cuando nos cruzamos me dicen:”¿Cuántos céntimos pide hoy?”. Es la
confirmación de que se trata de una profesional del arte de pedir. Una persona
que, sin realmente estar necesitada, aprovecha el ir y venir de las gentes para
lanzar su anzuelo y abusar de la sensibilidad de alguno de los viandantes.
Dejo
atrás esta zona y me adentro en una calle próxima donde la vista se recrea en
un cuadro multicolor. Pimientos rojos, amarillos, verdes…Lechugas, pepinos,
naranjas, kiwis, patatas, coles…una innumerable variedad de productos
hortícolas, como innumerables son sus colores y tonalidades. Dispuestos todos
ellos, además, como si un hálito de inspiración hubiera tocado la fibra
sensible del comerciante, instándole a distribuir su mercancía de tal manera
que la armonía de formas y colores llama, inevitablemente la atención del
observador. Pero, hoy he venido solamente a mirar.
“¡Ajos, ajos de Pedroñeras!... A euro la
bolsa…¡Anda, nenica, cómprame un bolsa¡” clama un gitano, ya entrado en
años mientras airea su mercancía como si de un trofeo se tratara.
Más
allá, junto a la parada del autobús un carro de supermercado repleto de
naranjas y varias bolsas llenas de éstas son el muestrario que una gitana
gruesa, con un vestido azul y delantal
gris, sentada sobre una caja de plástico
para fruta, utiliza para ofrecer su mercancía. “¡A euro la bolsa, Recién cogidicas¡”. Siempre he sentido curiosidad
acerca del lugar de donde son “cogidicas”. ¿Será de la huerta de la luna?. Como
siempre, vigilante en su trono de piedra próximo, un gitano joven, guapo, bien
vestido, como recién salido de una página de Vogue, aspira con fruición el humo
de su cigarrillo mientras mira displicentemente aquí y allá, presto, también, a
la posible presencia de los agentes de policía.
La
vida, en el barrio, discurre tranquila y sin sobresaltos. La joven inválida que
vende cupones de la ONCE tiene la mirada fija en la pantalla de su móvil 4 G
mientras mueve sus pulgares a velocidad de vértigo sobre la pantalla. Quizá
esté chateando con una amiga. Quizá, simplemente mata el tedio con un video
juego, esperando al próximo buscador de la suerte.
Tengo
que volver otro día. Necesito respirar el ritmo de la vida y nada mejor que
aprovechar la ocasión que este espectáculo me proporciona.
¡¡Qué bien reflejado, con que viveza, ese sábado (los jueves no puedo apreciarlo) por la mañana!!
ResponderEliminar¡¡Qué sutileza en evidenciar determinadas conductas!!
Si fuera un cuadro, sería un cuadro costumbrista con los colores de Sorolla
Es que, Mateo, ¡en la vida hay cada cuadro....!
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