Durante varios días he estado
visionando una serie de reportajes ,elaborados por National Geographic, sobre
la II Guerra Mundial. El realismo, estremecedor, se debe sin duda a que la
mayor parte de las grabaciones fueron realizadas por cámaras de los diversos
ejércitos que participaron en esta contienda.
Los horrores de la guerra, que ponen
de manifiesto la brutalidad a la que es capaz de llegar ése “animal racional”
que se dice es el ser humano, no llegan por igual al conocimiento de todos, al
igual que el sufrimiento de las víctimas y, quizá, también el de los
vencedores.
No es, sin embargo, el aspecto del
sufrimiento el que me interesa ahora resaltar porque, más que las escenas de
muertes, batallas, maquinaria bélica y el sonriente rostro de los generales
enviando a la muerte a sus tropas, me impactó una en la que sólo hay personas
vivas y sin armas. Se desarrolla la acción en Japón, en una ciudad cualquiera,
en un día cualquiera, después de los duros bombardeos a los que había sido
sometida por la aviación estadounidense.
La calle está sembrada de los
escombros diseminados alrededor de los edificios de los que provienen y se han
apartado un poco, para dejar un camino expedito a los viandantes. Grupos de
mujeres deambulan hacia uno u otro lado buscando, quizá, algún familiar o, tal
vez, simplemente algo de comida. Todas están vestidas con trajes oscuros y
caminan con los hombros abatidos, el rostro serio, la mirada perdida. Entre
ellas, con aire casi marcial, una mujer joven, también japonesa, viste alegres
ropas y lleva una sombrilla para protegerse del ardiente sol. Camina como si
nada de lo que hay alrededor fuese con ella. La sombrilla tiene la tela
parcialmente quemada y deja ver buena parte de sus varillas , lo cual no parece
importarle, dado que hace de ella
ostentación como si se tratara de la más valiosa pieza de una colección.
Tuve la impresión de que esta mujer
era la imagen totalmente opuesta de la derrota. Las dificultades estaban a su
alrededor, pero pasaba entre ellas con la determinación de quien sabe que, más
adelante, una vez que todo haya terminado, podrá seguir con su vida exactamente
en el mismo momento en que las circunstancias la obligaron a cambiar.
Asistí el otro día a una mesa redonda sobre Urbanismo y Participación Ciudadana. Uno de los ponentes expuso un vídeo en el que se mostro la imágen tomada en la plaza de Tiananmen (no sé si está bien escrito) en el que un hombre se plantaba delante de los tanques. También explicó el ponente la actitud de la ciudadana sueca Solveig Nordström que, llamando a la prensa internacional, se interpuso en el camino de las excavadoras que iban a derribar los restos arqueológicos de Lucentum para construir un edificio.
ResponderEliminarLa mujer de la sombrilla, el hombre de la plaza de Tiananmen, Solveig Norström, .....
lamento no haber podido leer toto el comentario porque se ha quedado en:La mujer de la sombrilla, el hombre de la plaza de Tiananmen, Solveig Norström, seguramente porque era algo extenso. Te agradecería me lo enviases al correo para poder leerlo en su integridad y responderte
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