Uno,
aficionado como es a las películas del Oeste, no entendía de pequeño, bien, aquél letrero que solía aparecer en ellas,
junto a la puerta de la oficina del sheriff del pueblo y venía a decir, más o
menos: “WANTED” y, poco más abajo, “Dead or alive”, hasta que, un día, alguien
más ilustrado explicó: “eso quiere decir, se busca vivo o muerto”.
A
partir de ahí ya se sabía adónde dirigir la mirada para localizar al, posible,
malo de la película que, por lo general, era un tipo de mala catadura y que
cualquiera podía distinguir como tal “malo”, incluso mirándolo desde lejos.
Luego, si se indagaba en la vida real del actor, la desilusión era descomunal,
porque resulta que era un tipo estupendo, que hacía campaña a favor de esta o
aquélla organización humanitaria y, con éste “currículo” ¿cómo iba a ser igual la emoción en pleno duelo o en la
persecución de la diligencia? .No había color.
Con
el tiempo uno aprende a apreciar otras cosas y se va decantando también hacia
distintas aficiones, más o menos esporádicas, en función de alguna situación,
hecho o circunstancia determinada. Debo reconocer que mi afición por las
películas del Oeste sigue incólume, aunque para poder satisfacerla no me queda
más remedio que volver a las de blanco y negro, únicas en las que he sentido la
verdadera emoción de una persecución con flechas, tiros y demás parafernalia.
Sin
embargo, mi faceta más conocida por los amigos es la de aficionado a escribir, a lo
que dedico buena parte de mi tiempo, porque supone una distracción importante,
me incita a leer y conocer nuevas
palabras y definiciones y me ha permitido compartir momentos muy gratos con
otras personas atraídas por el mismo tema, de las que he podido aprender mucho.
En
ocasiones, más que nada por satisfacer ése gusanillo interior que te produce la
afición, he hecho algún pinito en concursos literarios (sin éxito, hay que
decirlo) y suelo conectar por internet con portales especializados en publicar
sus bases. La mayor parte de las veces me limito a leer los requisitos y
después de mucho pensarlo, me digo: “mejor, dedícate a otra cosa” pero, erre
que erre, sigo escribiendo.
El
otro día ojeando una de estas páginas especializadas me llamó la atención el
nombre del certamen y , nada más empezar a leer, me sentí un tanto extrañado,
porque si difícil es competir en algo con quien está vivo, no digamos cuando el
adversario es centenario o está criando malvas desde no se sabe cuándo. Y es que, en su inicio, se exponía (sic): “Podrán
optar a este concurso todos los escritores, cualquiera que sea su nacionalidad o
procedencia, nacidos
durante los siglos XIX, XX o XXI, estén vivos o muertos y que no tengan
publicada ninguna otra novela con anterioridad”.
Alguno
exclamará:”¡No es para tanto!”. Bueno,
todo es cuestión de puntos de vista, pero debo confesar que me produce cierto
desasosiego eso de “vivos o muertos” porque, aunque aficionado a la ciencia
ficción, no me veo imaginando a un coetáneo de mi bisabuelo enviando por correo
certificado una obra suya, mientras el funcionario intenta explicarle que lo
que se lleva ahora es el euro y, por tanto, no puede aceptar ésas extrañas
monedas que parecen sacadas del arcón del trastero.
Así,
que no sé qué hacer. Porque, para más inri, como diría un amigo mío, la obra
puede ser de ciencia ficción. ¿Tenía Julio Verne alguna novela pendiente para
sacarse de la manga y sorprendernos con una de sus maravillosas recreaciones
literarias sobre algún invento desconocido hasta ahora? .
Podría
recurrir a un conocido que, cada vez que llega tarde a casa le cuenta unas
batallas a su esposa absolutamente inverosímiles pero que, ella,
candorosamente, se cree de pe a pa. También podría utilizar como argumento la
situación económica actual, en la cual un político cuenta las verdaderas causas
de la crisis. Pero no, una cosa es la ciencia ficción y otra burlarse de los
sufridos lectores.
Bueno y ¿qué tal tratar la situación económica actual como una sátira? ¿o como una fábula?
ResponderEliminarTe haré caso, Mateo, en breve
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