En nuestra sociedad, como en cualquier otra, hay personas
que tienen un concepto claro acerca de la vida en común y, en virtud de este
concepto, sus actuaciones van siempre protegidas por una capa de respeto,
solidaridad, educación cívica…
Hay quien, sin embargo, actúa siendo consciente de que
están atentando contra la libertad de otros, no porque les esté oprimiendo con
cadenas físicas, sino interfiriendo en su espacio vital, ése espacio invisible
del que nos gusta disponer a cada uno y en el que tan solo dejamos entrar a
aquéllos otros con los que nos unen determinados lazos.
Otro grupo de personas lo conforman aquéllas que, sin
intención aviesa, simplemente actúan como les parece, sin preocuparse de que, a
su alrededor, están provocando malestar en quienes no piensan o actúan de igual
modo.
Entre todo este conglomerado de personas hay quien se
dice amante de los animales y tienen perros. Unos son cuidados con celo y otros
no tanto, pero de modo general, existe por parte de sus amos una idea de que el
resto de ciudadanos, los que no tienen perro, están obligados a soportar la
servidumbre que, a dichos amos y solo a ellos, corresponde.
Todos los ciudadanos, con perro o sin él, participamos
con nuestros impuestos en la construcción de la ciudad. Parte de ella, muy
importante para disfrutar de momentos de relax, son los parques.
Se han creado en ellos zonas específicas para que los
perros puedan disfrutar y corre libremente, así como resolver sus necesidades
fisiológicas, que deben ser completadas por sus respectivos amos, recogiendo
las deposiciones y depositándolas en los lugares destinados al efecto.
Muchas veces, sin embargo, no sucede así y las zonas
verdes son el depósito de las deposiciones, lo que impide a otros ciudadanos
disfrutar de un grato paseo, por las precauciones que deben tomar para no
llevarse en los zapatos algún recuerdo indeseado, amén de los olores, que
impiden disfrutar del aroma de las flores.
Estas actuaciones provocan que se extienda hacia todos
los propietarios de perros un
sentimiento de rechazo por parte de quienes no lo son, cosa tremendamente
injusta, puesto que-con toda seguridad-son mayor número los que respetan el
entorno que los que no lo hacen.
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