Todos los años llega un
día en que nos desayunamos con el Informe Pisa, que viene a decir que los
alumnos españoles tienen un nivel de “zoquetería” bastante elevado y, entonces,
surgen las voces reclamando mejoras en nuestro sistema educativo.
Este año, como si de
generación espontánea se tratara, resulta que hemos ascendido muchos puestos en
la escala del informe y estamos, incluso, por arriba de la media en
determinadas cuestiones. ¿Es posible, en tan solo un año, conseguir este cambio?
El comentario de una
alumna, preguntada al efecto, era bastante contundente, negando la veracidad de
la encuesta. En tertulia televisiva, uno de los periodistas incidía en que en
algunos de los países encuestados ha bajado mucho el nivel y eso ha dado como
resultado el ascenso de los alumnos españoles.
Uno entiende que se
planteen dudas, porque considera imposible que, en el transcurso de tan solo un
año, haya cambiado tan radicalmente el grado de conocimiento de los alumnos y
se muestra un tanto escéptico en cuanto al futuro, a la vista de que no se
aprecia entre los políticos, que son quienes podrían cambiar las cosas, un
interés como el que sería deseable para alcanzar cotas más altas en formación.
Baste para ello ver el grado de confrontación de los partidos políticos en
cuanto a la Educación, cuando debería llegarse siempre a situaciones de
consenso, habida cuenta de que quienes hoy se forman mañana serán quienes
dirijan la nación.
Inevitablemente y con un
alto grado de envidia, uno mira hacia otros países en los que la excelencia de la
formación es la meta y, al fijarse, siquiera de refilón, en los sistemas
educativos se encuentra con que los profesores han sido seleccionados con
rigurosidad, que son una parte muy considerada socialmente y que existe una
gran simbiosis entre profesorado y familias.
Exactamente todo lo
contrario de lo que ocurre aquí. Aunque generalizar puede resultar excesivo, baste
considerar que en una reunión a la que se convoca a padres de alumnos, la
asistencia es minoritaria; los padres trasladan al profesorado la carga de la
formación, olvidando que una parte de esta, la educación, es de exclusiva
responsabilidad de la familia; el profesorado no es respetado por alumnos ni
por padres; el Estado no tutela adecuadamente a los profesores, etc.
Un factor a considerar es
oficializar la conciliación familiar, imprescindible para una buena formación
en sus aspectos técnico y humano. Mientras los padres tengan dificultades en su
trabajo para disponer de tiempo y, siquiera, tratar con los maestros en las
evaluaciones periódicas, no será posible la formación deseada.
Por otra parte, de la
misma manera que un padre es eso, antes que “amigo” o “colega” de sus hijos y
debe actuar y ser respetado como tal, el profesor debe alcanzar unas cuotas de
respeto similares. Pero para hacer valer ese respeto, además del conocimiento
de las materias a enseñar, el profesor debe saber mantener distancias con el
alumno, de manera que este entienda, desde el principio, cuál es su posición y
su relación en el aprendizaje.
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