Algunos
de los que lean esta página podrá catalogarme de grosero o mal hablado
(escrito, en este caso) pero correré ése riesgo, porque lo que no puede suceder
es que esté uno viendo todos los días lo mismo y se calle, con lo cual está
dando carta blanca a los que actúan incivilizadamente y a aquéllos que lo
consienten que, obviamente, son los políticos que gobiernan.
Es
claro que la mayoría de las personas buscan el recinto construido al efecto
para depositar el resultado de sus digestiones. No adoptan, sin embargo, un
criterio similar algunos propietarios de perros, a los que parece les divierte
ver al resto de ciudadanos haciendo equilibrios y dando saltos para no pisar el
“regalo” con que sus canes nos han favorecido.
Así,
la ciudad en su conjunto es un auténtico “cagadero” en el que los ciudadanos
cumplidores de la ley, educados bajo la consigna de “no molestar” nos sentimos
impotentes, al no vernos respaldados por las autoridades (en este caso,
incompetentes).
Más
aun, como la parte construida de la ciudad no es suficiente para desplegar las
habilidades defecadoras de los sufridos canes, sus propietarios no tienen
inconveniente en facilitarnos también su observación en zonas lúdicas y
ajardinadas. Una de ellas, por lo que he podido comprobar, es muy del agrado de
estos ¿ciudadanos?; el Castillo de Santa Bárbara, cuyos senderos exponen un
amplio muestrario de su civilizada actuación.
Es
lamentable que una de las pocas zonas de esparcimiento que tiene la ciudad haya
quedado reducida a ser el retrete a cielo abierto de los animales que, siendo
bautizados como “el mejor amigo del hombre” ven recaer sobre ellos las fobias
de aquéllos otros hombres que, sin decidirlo voluntariamente, se ven-no pocas
veces-castigados con tan desagradables elementos.
Más
de uno dirá:”seguro que se resolvería el
problema si la mierda estuviera en la puerta de tal alcalde o concejal”. Y,
segura y lamentablemente, los hechos suelen dar la razón.
Otro
día hablaré, por otras razones, también lamentables, del Castillo de Santa
Bárbara.
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