Resulta
paradójico que, en una sociedad como la nuestra, que se supone ha alcanzado un
alto grado de desarrollo y civilización, continúen dándose muestras ( y muy
graves ) de maltrato, especialmente hacia la mujer, aunque también haya casos (no
muchos ) en que la víctima haya sido el hombre.
Seguramente
viene muy a cuento, para relacionarlo con la actitud de quienes hacen suyo este
comportamiento, una frase arrancada del calendario conocido como “taco” y que
creo recordar se atribuye a George Bernard Show, expresada(más o menos) en los
siguientes términos: “lo que me admira es
la inteligencia de las bestias y la brutalidad de los hombres”.
No
pocas veces nos asombramos de casos de maltrato próximos de los que no hemos
tenido conocimiento quizá porque no hemos visto ningún ojo morado ni la
presencia policial levantando atestado. Puede que no hayamos reparado en la
actitud de uno de los miembros de la pareja hacia el otro, diciéndole lindezas
como: “eres inútil, no sirves más que
para…” “no quiero que salgas sola…” o tomando decisiones importantes sin hacerle
partícipe, sometiéndola a situaciones
vejatorias.
Hace
unos días vi una película que hablaba sobre el trato que se da, en este caso por ideología religiosa, a la mujer. Narra la
vida de una persona, desde su infancia hasta que es adulta y los terribles
sucesos que le acontecen cuando, con tres años, sufre la ablación en unas
circunstancias en las que se unen al dolor físico por la mutilación y las
condiciones higiénicas deplorables, el sentimiento de desamparo que provoca el
que sea su misma madre quien la lleva a
este sacrificio absolutamente estéril, con un trauma que arrastrará toda su
existencia.
La
protagonista, en un momento dado pronuncia una frase que podría parecer poco
relevante, pero a la que le encuentro mucho sentido. “El Corán no dice nada sobre la ablación” manifiesta ante una
asamblea de la ONU, al realizar un alegato contra esta práctica cuyos orígenes parecen
estar en el deseo de que la mujer llegue virgen al matrimonio ( del hombre no
se dice nada, claro) o en la creencia de que la entrepierna es un lugar impuro
(en la mujer, por supuesto) y algunas cosas más.
Me
pregunto cuántas veces se ha utilizado el nombre de un dios, un profeta, para
atribuirle cualquiera de las siniestras ideas que al ser humano se le han
ocurrido y que no suele aplicarse uno mismo porque ¡duelen!
Lo
peor del caso es que, según informes, la práctica de la ablación que en Mali
afecta alrededor del 90% de la población, se sigue practicando en Occidente por
inmigrantes que siguen aferrados a sus creencias y se estima que, en el mundo,
hay – al menos – 28 países en los que es práctica comúnmente aceptada.
Ante actos como el de la ablación, la obligación de llevar velo, de no comer esto o aquello, de no poder estudiar y tantas otras cosas que los religiosos extremistas de todos los credos obligan a hacer a sus sufridos y sobre todo sufridas seguidoras (o no tanto) ¿cuál debería ser la actitud de los países que han superado ese tipo de comportamientos? ¿Tal vez ocuparse de sus asuntos y mirar para otro lado? ¿Implicarse en una lucha de medios tratando de hacer ver a dichos extremistas y seguidores (muchas veces forzosos) lo inútil y perjudicial de esos comportamientos? ¿Meterse en una lucha abierta para no tolerar más dichos comportamientos, lo cual podría ser peor? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por erradicar esas lacras?
ResponderEliminarLa violencia se acabaría si no hubiera ansia de dominación, si hubiera más acceso a la educación, si valores como respeto, libertad, honestidad... no hubieran caído en desuso.
ResponderEliminarNo se puede atacar la violencia con más violencia, pero tampoco se arreglan las cosas callando y un grave problema actual es que unos callan, otros mienten, otros no dicen toda la verdad y para otros sólo existe una verdad: la suya
Mientras seamos capaces de sentir repugnancia por el maltrato y hacer lo que esté en nuestra mano, por ínfimo que parezca, habrá esperanza de cambio.