Una de las definiciones
que se encuentran acerca del Síndrome de Estocolmo hace referencia a un estado
psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su
propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con sus secuestradores,
llegando, en ocasiones, a ayudarles a
alcanzar sus fines.
Nuestros
políticos, obviamente quienes ejercen tareas de gobierno en cualquiera de los
ámbitos (local, regional, etc.) a base de lanzar mensajes que puedan “justificar”
sus actuaciones, han conseguido convencer a buena parte de la población de que
las únicas medidas posibles para salir de la crisis son las que ellos proponen
y, así, alegre y libremente las “soluciones” que aportan son siempre para
recortar nuestros derechos y economías, de manera indiscriminada. Mientras ,
ellos, desde su atalaya sonríen a diestro y siniestro con la seguridad que les
aporta su cartera bien repleta o, en el peor de los casos, ése puesto de
secretario, presidente o consejero que han sabido prepararse con ayuda de corruptos
seleccionados entre constructores, banqueros, etc.
Estamos, así,
prisioneros de un sistema que, no siendo especialmente malvado en su idea se
trastorna, porque antes de tomarnos la molestia de participar en cuanto nos
atañe, hemos preferido delegar en otros ésa facultad y, pese a que no son pocas
las ocasiones que manifiestan el error que hemos cometido, seguimos detrás de
la reja de ése zulo en el que nos han apartado, aunque sabemos que podríamos
salir aunando esfuerzos pero, ¿cómo hacerlo si ninguno es capaz de renunciar a
su propia idea de hacerlo o sobre quien será el que lidere la acción?
Podemos seguir
escuchando “cantos de sirena” y lamentarnos de nuestra desgracia, o ponernos
tapones en los oídos y escuchar lo que dicta el sentido común: ha llegado la
hora de trabajar codo a codo, ejerciendo responsabilidades para poder reclamar
derechos y relegar a quienes utilizan a los ciudadanos y a la sociedad para sus
fines personales, sin importarles un rábano lo que nos ocurra al resto.
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