Supongo que uno no puede evitar sentir algo especial por personas, cosas, lugares... sin que exista una determinada razón que se pueda esgrimir, salvo ése sentimiento que, como tal, es exclusivamente personal y, por tanto, no tiene necesariamente que ser compartido por otros.
Pues eso es lo que me ocurre con un pequeño pueblo de Cuenca, Pozoamargo, donde no me encuentro fuera de lugar, aunque nada tiene que ver con la ciudad donde vivo.
Tanto sus gentes como su entorno se prestan a que el visitante se sienta acogido. La vista de los típicos paisajes de La Mancha, aquí con extensas zonas de viñedo y otros cultivos estacionales que dibujan con su colorido todo lo que se expone ante el observador, hacen que me sienta relajado.
Los paseos por las lomas cercanas al pueblo, pobladas de pinares y plantas aromáticas que, al ser rozadas, desprenden su fragancia, hacen olvidar todo lo que no sea esos momentos, en paz, casi en silencio, solo interrumpido por el lejano sonido del tráfico por la autovía.
Hace unos días estuve allí y practiqué varias rutas de senderismo. En una de ellas tuve ocasión de contemplar una construcción típica de la zona, utilizada por los pastores para resguardarse de las inclemencias del tiempo y que es conocida con el nombre de "cubo". Y aquí está, para que cualquiera tenga la opotunidad de
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