Seguramente
estoy chapado a la antigua y, por ello, cada vez que en algún medio de
comunicación aparece el nombre de una persona ligado a un asunto turbio, sin
haber sido juzgada ni condenada, me pregunto qué fue de aquello de la “presunción
de inocencia” según la cual una persona era inocente mientras no se demostrase
su culpabilidad. Hoy, sin necesidad de enjuiciamiento, se determina que alguien
es culpable y debe empeñarse, tanto en el sentido de esfuerzo como
económicamente, en demostrar su inocencia.
Para
agravar la situación, hemos llegado a un punto en el que, por si acaso, todo se
graba, se guarda se escucha o se filtra,
en una serie de actuaciones que más bien parecen sacadas de una novela
negra ambientada en los tiempos de la guerra fría.
No
podemos seguir así. Conduce a la paranoia de sentir que el que tenemos al lado,
sea quien sea, es culpable de algo por el
hecho de que pertenece a un partido, una organización, un equipo de
fútbol, etc. simple y llanamente porque hemos escuchado o leído de alguien de
similares características que sí lo fue.
En
lugar de dirigir nuestras energías en resolver los graves problemas que nos
acucian, cada día, ayudados por este o aquél vocero (o bocazas, diría mejor),
anotamos más nombres en ésa interminable lista de sospechosos en la cual “ni
son todos los que están, ni están todos los que son”. Hemos llegado, incluso a
perder la capacidad de reacción y, con ello, “uno más, no importa”. No hacemos
así, ningún favor a los inocentes, en tanto que los que no lo son se sienten
protegidos en ése bosque de acusaciones y defensas, en el que se mueven a sus
anchas, conscientes de que , entre tanto barullo, siempre existe la posibilidad
de un soborno, una pérdida de papeles, la caducidad o la prescripción de las
acciones porque no ha habido forma humana de tener presente el tiempo
transcurrido desde la comisión del delito.
¿No
deberíamos enarbolar también aquí la bandera del ¡Basta ya!?
En
una narración que escuché hace muchos años y nunca olvidada, se hacía un símil
entre la imposibilidad de reparar totalmente los daños causados por una
acusación falsa y la de recoger en un recipiente la cantidad íntegra del
líquido que éste contenía, una vez vertido en el suelo.
El
problema de ahora es que no hablamos de un simple jarro. Estamos ante un
vertido incontrolado e incontrolable. Salvo que tomemos una decisión.
¡¡Qué fácil si la Justicia fuera rápida!!
ResponderEliminarNo estaríamos en España. Lamentable, pero así es
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